Pablito

Veo a ese hombre bajar con pasos pesados aunque regulares hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esa hora que es como un respiro y que se repite con tanta seguridad como su desgracia, esa hora es la de la conciencia. En cada uno de esos instantes, cuando abandona las cimas y se hunde poco a poco hacia las guaridas de los dioses, Sísifo es superior a su destino. Es más fuerte que su roca.
ALBERT CAMUS, “EL MITO DE SÍSIFO”

2017

O llego tarde, o llego muy temprano. Los horarios del colectivo me dan esas dos opciones. No tengo ascendencia inglesa, pero observo la puntualidad como una manía. Las clases empiezan a las seis de la tarde, pero a las cinco y veinte ya estoy en la puerta, con un café extremadamente espeso y puro, comprado en la puerta de un hospital. Hace rato que no encuentro a un linyera amigo, con el que mataba el tiempo invitándolo un café. No me queda otra que ir a la puerta de la escuela.

Zona oscura y demasiado despejada. El viento entra por un descampado y el frío de mayo ya se siente de agosto. El auto del portero está en la calle, lo que significa que puedo subir y morirme de frío arriba, en vez de abajo. “No funciona” dice el ascensor desde noviembre del 2014, si mal no recuerdo. Pero si funcionara, nadie se subiría de todos modos.

Solemos ser sólo el portero y yo, por un largo rato. Sentado en ese cuadrado que cumple las funciones de preceptoría-sala de profesores-bufet, suelo esperar media hora. El pizarrón tiene los nombres de los docentes que no van a ir a trabajar por licencias. “Que suerte” pienso.

El portero está apoyado en un mostrador. Bosteza constantemente, mientras no saca la vista de un celular viejo, de los que todavía sirven para llamar, mandar mensajes de texto, y nada más. ¿Qué mira?

El silencio se rompe por las hojas del manual que repaso, antes de dar la clase, o de las hojas que se ven moverse desde esa ventana de un segundo piso, donde el cielo siempre me parece más gris de lo que es, ya sea por la suciedad o porque ese ambiente no deja ver las cosas de otra forma.

Generalmente nadie llega hasta seis menos diez. Pero esta vez fue distinto, y los gritos en la escalera rompieron la rutina mía y del portero de no hablarnos.

 -Está decidido, no es no. Basta. Ya van 5 años.

-Para vos es fácil, ¿Vení a hablar con la madre?

-Es mayor, se acabó, tenemos que hablar con él, no con la madre. Y le decimos que no a él.

-Bueno, entonces vení y decile que no a él. Poné la cara vos y hacete cargo. A mí no me da.

El regente y la vicedirectora subían mientras parecía que no llegaban a algún acuerdo. No me interesaba demasiado, hasta que la charla siguió:

-Pablito es un caso cerrado para nosotros. Lo lamento. Ya van 5 años. No podemos hacer más de lo que hicimos. ¡Entendelo, por favor!

-Ya lo sé, ¿pero qué querés que haga? Quiere volver.

-Hicimos todo lo posible, vos sabés como termina esto.

Pablito… Sí, ahí lo entendí. No necesitaba el apellido para recordar la historia. O mejor dicho, la mía, porque a todos les dejó una.

 2015

 La pantalla que calentaba el salón llenaba el aire de monóxido de carbono. Pero por lo menos no teníamos frío. El problema de una escuela que trabaja en un antiguo sector abandonado de un hospital, es que los ministerios de salud y educación se disputan quien (no) se debe hacer cargo del establecimiento. Conclusión: todo funciona mal. Pero funciona de alguna forma.

Terminé de hacer el cuadro, y empecé a explicar:

-Hay dos teorías sobre cómo el homo sapiens se expandió por el mundo. La primera, y la que nosotros vamos a dar como válida, dice que apareció en África y de ahí empezó a ir hacia Europa y Asia durante miles de años, mientras iba en busca de alimento. La segunda sostiene que el homo erectus evolucionó a sapiens en varios continentes a la vez. Esta teoría es difícil de demostrar, y generalmente, proviene de cierto sector científico europeo que se niega a creer que el hombre moderno nació en África. Básicamente, por cuestiones políticas y raciales de la época.

Homo erectus, homo sapiens, África… Dos o tres me miraban intentando simular que les importaba algo. El resto, ni se molestaba. Difícil culparlos. La realidad de algunos chicos que ya llegaron a esa instancia del sistema educativo llamado bachillerato de adultos, dista mucho de las lógicas prehistóricas de un mono africano. En el mejor de los casos, dos chicas me habían dicho que querían ser policías y uno seguir trabajando en la construcción.  El resto nunca supo qué decirme.

Decidí darles las preguntas porque ya no había ganas de escuchar sobre homínidos y teorías racistas. Empezaron a trabajar.

Siendo agosto, daba impresión ver a Pablito en manga corta. Con un lápiz casi sin punta, escribía en la hoja con un esfuerzo casi físico por leer, y entender. Para algunos, parecía ser un chiste su presencia. Para otros, indiferente. Aquel día, en alguna charla de fútbol, algo se le preguntó y no entendió.

 -Es un retrasado.

-Tratá de ubicarte porque de lo contrario te ubico yo –le dije, casi furioso.

-Perdón profe.

 Pablito se rió. Otro le preguntó que era esa pulsera que tenía:

-Con esto yo entro gratis a una fiesta. Me lo da la municipalidad. Armamos el escenario y yo voy gratis. Está re bueno profe.

-Seguro Pablito –dije, ya sin sorprenderme que me respondiera a mí y no a quien le preguntó–. ¿Pero vos ya trabajás, siendo menor?

-Si profe, trabajo en la municipalidad menos horas al día. Mis papás me dejaron.

-Ah, claro (estúpido, ¿no te acordás de las clases de derecho laboral? Ya puede trabajar con autorización).

-De una profe. Y cuando pueda me voy a comprar un auto y me voy.

-¿A dónde?

-A donde sea. Me voy a ir de La Plata. Voy a ir a pasarla bien a algún lugar.

-Sí, La Plata es aburrida Pablito, andá a un lugar mejor. Me iría con vos.

Se reía y me prometía llevarme, mientras el resto lo miraba, y después me miraban a mí, para comprobar mi amenaza en los ojos ante cualquier comentario.

-Igual tengo que cuidarme, profe, estoy medicado y no puedo irme ya.

-¿Qué te pasó?

-Re que casi me muero en enero, profe. Tuve algo en los pulmones y pasé año nuevo acá (dijo señalando el edificio pegado al nuestro, que es el hospital).

-Uhhh, pero cuidate si estuviste tan mal.

-Sí, era re feo ese lugar, estaba lleno de viejos. La comida era una cagada profe, pero mi mamá me llevó un guiso una noche y no sabe como me lo comí.

-¿Cómo que te llevó un guiso? No se puede –dijo una de las chicas mientras el resto reía, y yo no salía de la sorpresa.

-Estaba re bueno. Igual, ya estoy esperando morirme.

La mayoría soltó la lapicera. Los de atrás, que se reían de él, producto de caer con marihuana en la sangre, se quedaron mirándolo. No me moví, no hice el más mínimo gesto. Después de un rato, pregunté:

-¿Morirte? Pablo, ¿por qué decís eso?

-Porque sí profe. Que se yo, es re fea la vida. Yo ya no quiero estar en mi casa ni en ningún lado.

-¿Pero qué te pasa? –pregunté ya nervioso

-Soy un mal hijo. Pero para mi mamá. Para mi papá no me importa porque es un hijo de puta. Una vez cuando era chico me pegó en la cabeza con un tirante de esos del techo y fui al hospital. Mi mamá dice que de ahí no quedé normal.

Sólo se escuchaba el ruido de la estufa largando monóxido de carbono. Nadie se volvió a reír. Ni a meter. Éramos él y yo.

-¿Vos me estás hablando en serio?

-Sí, profe. Un día vino a la escalera de acá, de la escuela, y me dio un re cachetazo. Los chicos más grandes se acuerdan. Es una basura.

-¿Y la escuela? ¿Qué hizo?

-Mandó a la policía a buscarlo. Ahora ya no me pega porque corte que está re cagado.

-¿Y vos vivís con él todavía?

-Sí, pero no está nunca. Mi mamá sí, y soy un mal hijo. Un día caí re loco a casa y le tiré la droga en la mesa y le grité “¡yo fumo esto!”. No sé porqué lo hice. Ella me dio un cachetazo y se fue llorando. Y yo lloré porque la hice llorar. Yo soy malo, profe.

No me acuerdo cuanto pasó. Quizá diez minutos. Poco más, poco menos. Las charlas volvieron. Terminó la hora, y salí del salón directo a dirección. Quería saber la historia, las historias, todo lo que me pudieran decir de Pablito. Algo había que hacer.

La academia enseña prehistoria. El resto lo tiene que aprender uno sobre la marcha.

-Profesor, entendemos la preocupación. Pero van 3 años y la situación no cambió pese a nuestra intervención. Hicimos denuncias, mandamos a un asistente social, el padre tiene la entrada prohibida en la escuela. Entienda algo: esto nos excede, y lo va a exceder a usted también.

-¿Y entonces? ¿Qué hago?

-Pablo solo viene a rendir 5 materias, una es la suya. Usted elige: lo aprueba, o considera que no puede hacer eso. Por el resto, sólo queda esperar que sea mayor y que quede fijo en la municipalidad. Más futuro que ese no hay. Nosotros ya lo intentamos todo.

-Lo apruebo a fin de año.

-Si es que no deja, como todos los años. Empieza y no pasa de agosto.

-Si sigue, lo apruebo.

No pude. Pablo no volvió más. Ni ese año, ni al otro. Nunca supe que pasó. Sólo me quedaba la esperanza que haya comprado el auto y haya ido a un lugar donde la pasara mejor.

2017… otra vez

-El padre no está. Dicen que murió. Era alcohólico –me dijo la vicedirectora.

-¿Qué sacamos en limpio de eso?

-Que por lo menos nadie le pega.

-Mándenlo a 1ero A. La mayoría de los profesores lo conocemos. Si viene y llega a fin de año…

-Ya se lo dije hace 2 años. Usted sabe cómo termina esto. Además, ya es mayor, y la decisión es de él. No hay asistente social, ni nada de eso. Ya no corresponde.

-Quizá hoy sea distinto

La vicedirectora se fue. Otra vez, Pablito reintentando. Otra vez, un grupo de docentes que debemos evitar lo que parece inevitable.

El portero deja de mirar el celular y toca el timbre de las seis de la tarde. Hasta ocho menos cuarto tengo clases. Suben las escaleras y entran de a poco mayores y menores a esos salones grises, espantosos y con monóxido de carbono.

Me asombra que este lugar sea el refugio de alguien. Nadie en su sano juicio buscaría pasar el tiempo en un lugar así. Pero no, Pablito no está en su sano juicio. No obstante, quizá acá encuentre algo de tranquilidad algunas horas al día.

Agarro el libro de aula y la lista. Tengo que entrar al salón. ¿Cómo es que alguien puede repetir la misma historia 3, 4 o 5 veces? Es en parte admirable que no se canse, pero también, incomprensible. Nadie puede reintentar lo que falló tantas veces sin siquiera deprimirse. Quizá sea la inconsciencia, quizá sea alguna ilusión salida de la nada. No creo que sea resignación. Nadie se mueve por eso ni insiste tantas veces. Pablito es un enigma.

Arranca la clase. Hoy tengo que explicar la expansión del homo sapiens. Seguro les va a interesar.


2 respuestas a “Pablito

  1. Sin dudas Pablito necesita una pensión de incapacidad tramitada en ANSeS, dado que debe tener una incapacidad determinable. Eso le permitirá tener un ingreso propio, atención médica a través del ProFe (Programa Federal de Salud, la obra social de los que tienen pensión por incapacidad) o tal vez a través de PAMI (depende el porcentaje de incapacidad que le determinen).
    Asimismo beneficios de transporte y otros más que existen para ellos.
    El primer paso es tramitar la incapacidad como se indica aquí: https://www.argentina.gob.ar/solicitar-el-certificado-unico-de-discapacidad-cud
    Varias leyes -que allí figuran- lo amparan.
    Ojalá la mamá se ponga las pilas y lo haga.
    Bella lectura, dolorosa, eso sí.
    Abrazo.

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  2. Cada vez que leo una de las crónicas de Matías Pássaro no sé si llorar o pegarme un corchazo. Después me repongo y pienso en todo lo que tenemos que hacer…

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