En la galería del Hotel Inglaterra de La Habana, frente al Parque Central, una cantante toca un güiro mientras canta guarachas clásicas que, en general, el mundo conoció gracias a la película “Buena Vista Social Club”. La percusionista masca chicle, golpea unos bongós y acciona, con su stiletto, un pedal para marcar el ritmo con un cencerro. Turistas, en su mayoría rubios y con alto riesgo de insolación, están fascinados con la música tradicional cubana que suena en todos lados mientas empinan mojitos y piñas coladas. Afuera, otros turistas tratan de conectarse a la deficiente y carísima wi fi pública con el usuario y la contraseña de una Tarjeta Nauta, a un dólar por hora.
Por la vereda del Hotel, sobre el Paseo Martí, pasan seis adolescentes de secundaria básica. Visten impecables pantalones y pollera-pantalones marrón claro y camisas y blusas blancas, y portan un salvaje parlante bluetooth que escupe reggaetón a todo trapo.
En horario escolar, los niños y adolescentes están adentro de la escuela, o bien salieron antes de horario y se los puede ver circulando por la calle, de riguroso e impecable uniforme. Bajo el feroz sol del trópico, las niñas, niños y adolescentes cubanos no parecen transpirar ni se les salen de lugar las camisas a ellos; no se les bajan las medias a ellas, indicadas hasta la rodilla. Parecen irreales. En Cuba no parecen existir ni la mendicidad ni el trabajo infantil, al menos no en las escalas que conocemos en las ciudades argentinas, por no mencionar los brutales regímenes de nuestra semi esclavitud rural. En Cuba todos los chicos van a la escuela, y viven la edad que tienen, por más expuestos que estén a las influencias culturales contemporáneas. Una escuela muy, pero muy diferente a la escuela argentina.

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En el ideario de las izquierdas occidentales, y sobre todo latinoamericanas, Cuba tiene un peso específico cargado de romanticismo y, muchas veces, de exotismo seductor. Flecha y guía del rumbo de la liberación de los pueblos, la sonrisa de Fidel y la estrella brillante del Che sirven de inspiración a jóvenes, y no tanto, que se trazan entre sus metas la más ambiciosa de todas: cambiar el mundo.
Su sistema educativo entró a la categoría de mito desde que en 1961 se declaró derrotado el analfabetismo, y en combinación con su sistema de salud pública parecen ser tomados como referencia mundial. El socialismo cubano tendrá todos los problemas que tendrá, se argumenta, pero la salud y la educación del pueblo son de excelencia. Sin entrar en las particularidades de política sanitaria, podemos echar algunas miradas a su sistema educativo. Esto podría servir para develar los mitos, pero también para tratar de comprender cuáles son, empíricamente, las especificidades de las escuelas cubanas que las ponen en un lugar de prestigio y presunta excelencia. También, finalmente, para ver si podemos extraer algunas preguntas, en función de las comparaciones que podamos establecer con nuestro propio sistema educativo, cuando sólo en tiempos de guerra santa paritaria la educación es tema y agenda, y el abordaje mediático se reduce a hogueras y panelismos en los principales estudios de TV, destinados a purificar los pecados de las maestras y maestros argentinos.
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Lo que en Argentina conocemos como “primaria y secundaria”, que dura 12 años divididos en dos ciclos que pueden durar 7 y 5 años o 6 y 6, según la provincia, en Cuba consiste en realidad en tres niveles, con la misma duración total. Pero vale hacer algunas aclaraciones.
En Argentina la educación es obligatoria desde sala de 4 años, en el nivel inicial, hasta el final de la escuela secundaria, adonde se espera llegar con 17-18 años. El título secundario habilita para aplicar al ingreso a cualquier universidad del país.
En Cuba la obligatoriedad abarca sólo su educación primaria (de los 6 a los 11 años) y la secundaria básica, que abarca el 7º, 8º y 9º grado de la escolaridad. Los alumnos que obtengan calificaciones suficientes están habilitados para cursar el pre universitario, que funciona como preparatorio para las carreras de ciencias exactas, sociales y humanidades.
La escuela primaria, a su vez, se divide en dos ciclos: de 1º a 4º grado y de 5º a 6º. En el primer ciclo se abordan materias tales como Matemática, Lengua Española, El mundo en que vivimos, Educación Laboral (relacionadas con las habilidades manuales, similar a lo que en el pasado se llamaba “Actividades Prácticas” en Argentina), Educación Musical y Educación Plástica. En el segundo ciclo se incluyen, además, contenidos sobre la historia y la geografía de Cuba, ciencias naturales, idioma extranjero y educación cívica. Por otro lado, en todos los años los niños cubanos tienen espacios semanales destinados a Deportes, Juegos, Actividades en la biblioteca y multimediales, y la formación política que se da a través de agrupaciones como la de los Pioneros “José Martí”. Ésta es una organización promovida por el Estado cubano, que combina elementos de lo que en Argentina y varios países del mundo se conoce como “scouts”, con una fuerte formación política.
Por su parte, la secundaria básica –con los grados 7º, 8º y 9º–, se hace más fuerte la presencia de una formación patriótica en el marco del socialismo: vale recordar que la narrativa épica sobre los orígenes de la Patria –que en Argentina situamos en las primeras dos décadas del siglo XIX–, en Cuba se refiere a los antecedentes y estallido de la Revolución de 1959. Al finalizar 9º grado los alumnos con mejores calificaciones pueden ingresar al nivel preuniversitario, que no es ni obligatorio ni universal, o continuar sus estudios en otros establecimientos vinculados con la formación técnica y laboral, para obtener lo que en Cuba se conoce como “títulos intermedios” en los centros politécnicos.

El ciclo preuniversitario, al que acceden quienes obtuvieron las mejores calificaciones en la secundaria básica, comprende los años 10º a 12º, se orienta intensivamente para la continuidad en las carreras universitarias, incorporando además asignaturas como “Cultura política”, “Instrucción militar” y “Preparación político-ideológica y formación de valores”.
Aunque el ciclo preuniversitario (también llamado “bachiller”) no es universal y es selectivo, todos los años el gobierno cubano abre convocatorias para aquellas personas que no hayan ingresado a las universidades en la edad esperada, de manera que puedan incorporarse a los estudios universitarios. Esto permite, por ejemplo, jerarquizar el trabajo de trabajadores que llevan años en alguna unidad de producción sin un título, y que con él pueden aspirar a un puesto de conducción y planificación.
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A diferencia del sistema educativo argentino, que está federalizado –lo que permite 24 índices salariales diferentes, 24 estatutos docentes diferentes, 24 currículas diferentes con puntos en común–, la educación cubana está centralizada en sus Ministerios de Educación y de Educación Superior nacionales. En rigor, las escuelas tienen una “doble subordinación”: en términos curriculares, normativos y salariales dependen del Estado central, mientras que las cuestiones operativas y administrativas –como la selección docente, o cuestiones de infraestructura– recaen sobre los municipios (concretamente, sobre las Asambleas Municipales del Poder Popular).
Esto permite tomar decisiones políticas únicas y rápidas cuando el sistema requiere una reforma, además de tender a la uniformidad de la calidad educativa en todo el país. En Argentina, donde la educación consiste en 24 sistemas educativos virtualmente autónomos entre sí y con una mínima coordinación política nacional, las reformas requieren un proceso mucho más arduo y complejo, además de fortalecer la desigualdad educativa: las provincias pobres tendrán peor educación que las provincias ricas. Desde 2015, la Alianza Cambiemos optó por ir licuando la injerencia del Estado nacional sobre el sistema educativo, especialmente en lo que hace a la reducción de esas desigualdades.
La educación cubana, en términos de sus propósitos, está fuertemente dirigida por el Estado de acuerdo a los recursos humanos necesarios para cada coyuntura, siempre dentro del marco socialista de la Revolución y la planificación en el largo plazo. Esto redunda, por ejemplo, en una evaluación a los directivos de secundaria básica que incluye cupos de inserción académico-profesional de los alumnos a su cargo. Graficando: un director de secundaria básica tiene preestablecidos cupos a determinadas carreras y trayectorias formativas para sus egresados, por indicación del Ministerio de Educación de acuerdo a la zona donde está emplazada la escuela. Si el directivo no logra cumplir con ese ítem, eso afecta su evaluación anual.
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La formación docente inicial, a la que en Argentina se accede luego de finalizada la educación media y forma parte de instituciones superiores no universitarias (los “profesorados”) y universitarias, en Cuba se imparte en los llamados Institutos Superiores Pedagógicos. Allí se ofrecen licenciaturas en educación preescolar, primaria y especial, además de diferentes especialidades disciplinares en las cuales, por lo general, se forman los docentes de nivel medio. A partir del egreso, el Estado garantiza la ubicación laboral de los recién graduados de acuerdo a las necesidades territoriales donde se insertan. No obstante, los estudiantes deben realizar trabajos en escuelas a partir de primer año de su formación, y a medida que se avanza en la carrera, esa carga educativo-laboral se intensifica, hasta que en quinto año los estudiantes trabajan en centros educativos a lo largo de todo el ciclo lectivo. El calendario escular se extiende de septiembre a julio, con un receso de una semana entre el 25 de diciembre y el 2 de enero, y del 16 al 21 de abril.
Todos los docentes de los niveles mencionados tienen cargos en una sola escuela: no existen en Cuba los “docentes taxi” que van de un lugar a otro, muy frecuentes en nuestro nivel secundario. En Argentina, el nivel medio y su trabajo docente está organizado, en general, en horas cátedra que cada profesor va acumulando. Con suerte, paciencia y astucia se puede ir concentrando la carga horaria en un solo lugar. Pero a pesar de que en nuestro país hay resoluciones del Consejo Federal de Educación que promueven la concentración en cargos y la eliminación del régimen de “docentes-taxi”, poco se ha avanzado en ese sentido en todo el territorio: como ya se mencionó, depende de la voluntad –y los tiempos– políticos de cada provincia. En Cuba, entonces, los maestros tienen actividades frente a los alumnos, pero también cuentan con espacios rentados de planificación colectiva, corrección y apoyo escolar, entre otras. Hay instancias semanales de capacitación en servicio, llamadas “Superación”.
En cuanto al trabajo docente, si el Estado no asignó una plaza inmediatamente al egresado, éste puede ir a consultar en cada municipio la disponibilidad de vacantes de cargos docentes. Allí se constata la idoneidad del título y se le asigna la vacante en la escuela elegida. Las conducciones escolares pueden denegar la plaza al aspirante, pero es algo que rara vez sucede. En Argentina, en las escuelas de gestión estatal de los niveles obligatorios los docentes debemos inscribirnos en un complejo sistema de listados que asigna puntajes –muchas veces, de manera misteriosa– al título y los antecedentes con los que contamos. Una vez dentro del listado, los cargos vacantes se ofrecen en actos públicos y concursos descarnados. Finalmente, la conducción escolar recibe al aspirante sin ningún tipo de postestad sobre la decisión de aceptarlo de acuerdo a su perfil y el proyecto pedagógico de la escuela. Este sistema, creado inicialmente para combatir las designaciones “a dedo”, presenta hoy monstruosas muestras de obsolescencia. Sin embargo, la realidad es bien diferente a la de Cuba: los cargos docentes escasean en los grandes centros urbanos, donde se acumula la población, y quedan siempre vacantes en las zonas periféricas y los barrios excluidos. ¿Cómo caería un intervencionismo estatal “a la cubana” en la asignación de docentes a las escuelas, en un país atravesado por la desigualdad y la exclusión como el nuestro? No es lo mismo dar clase en el Colegio Nacional de Buenos Aires que en una nocturna de la periferia rosarina, por caso. ¿No sería más adecuado para la selección docente en nuestro país incorporar instancias de entrevista y oposición, como ocurre en los niveles superiores? ¿Esto lentificaría la cobertura de vacantes allí donde sobran? ¿Existe la posibilidad de un acuerdo federal para uniformar esto a nivel nacional?
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Independientemente del sistema político y económico, hay una diferencia clave para comprender la “eficiencia” de la educación cubana, que podríamos dividir en tres planos.
El primero es la intervención estatal en las problemáticas sociales de su población infantil y juvenil. Cuando en la escuela se detectan lo que llaman “casos sociales” –familias desintegradas, violencias, carencias extremas–, se da intervención a una serie de agencias estatales y partidarias (por ejemplo, los Comités de Defensa de la Revolución, o la Federación de Mujeres Cubanas). Estas agencias, con arraigo territorial, intervienen directamente sobre la familia afectada a través de verdaderos ejércitos de trabajadores sociales y profesionales asociados. No obstante, los “casos sociales” son rarezas en la educación cubana, mientras que en la escuela pública argentina es la regla (y en la escuela privada se los expulsa sin más). En Argentina, la intervención estatal sobre estas problemáticas ajenas a lo pedagógico, nuevamente, depende de los recursos y el interés político de cada gobierno provincial, generando brutales desigualdades –por caso, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la jurisdicción más rica del país y gobernada hace más de 10 años por el PRO, hay un completo abandono en este sentido–. Ante mi pregunta acerca del embarazo adolescente en una escuela secundaria céntrica de La Habana, me contestaron que son casos realmente aislados. Cualquier docente que conozca las aulas de las secundarias públicas argentinas sabe que esto es, aquí, una problemática estructural. Cabe recordar, además, que en Cuba la interrupción voluntaria del embarazo es legal.
En segundo lugar, al ser un régimen socialista centralizado –y hasta policial–, el propio sistema reduce al mínimo la injerencia educativa de actores que en Argentina tienen muchísimo poder en la sociedad, como es el capital concentrado y la Iglesia Católica. En nuestro país la política educativa está fuertemente condicionada por el Vaticano y sus representantes locales, siendo la Iglesia la principal “accionista” de la privatización educativa: la educación privada es el principal canal de su alianza financiera con el Estado. De esta manera, ante todo intento de plantear una agenda vinculada con la educación sexual, la laicidad o los subsidios a las escuelas parroquiales, los gobiernos tendrán la cancha muy marcada por hombres de negro y sotana condenados al celibato y con salario estatal. En Cuba la educación es pública y de gestión 100% estatal, y como consecuencia no hay actores que quieran llevarse una porción de la torta para sostener sus privilegios.
Finalmente, el talón de Aquiles de los sistemas educativos mitificados –como el finlandés o el australiano–: una población estudiantil “cerrada”. Esto significa que es una población cultural, social y lingüísticamente mucho más homogénea que países como el nuestro. Los docentes de las escuelas públicas argentinas recibimos chicos de migraciones recientes, que muchas veces no hablan español; chicos víctimas de violencias múltiples y brutales sentados al lado de chicos con vidas estables y más enmarcados en la figura del “alumno clásico”. En Cuba los alumnos son todos cubanos y, aunque hay desigualdades económicas, estas no parecen condicionar demasiado el acceso a la educación. A pesar de los bajos salarios docentes –en comparación, por ejemplo, con las actividades vinculadas al turismo, dolarizadas–, la escuela tiene un alto prestigio social: los docentes cubanos no conciben que el gobierno los insulte a través de los medios de comunicación, ni que desate campañas de desprestigio en las redes sociales. Ante comentarios sobre nuestra puja con el gobierno y acerca de la diversidad brutal de nuestro alumnado, preguntaron “¿Y cómo hacen, entonces?”
Este trípode de factores redunda en una escuela donde predominan pedagogías que en Argentina estamos abandonando por obsoletas, por no garantizar la atención y la educación de nuestra población estudiantil heterogénea. Y es muy probable que los docentes que trabajamos en las escuelas públicas argentinas tengamos una gimnasia pedagógica y una capacidad de innovación que en Cuba van muchísimo más lentas. En Cuba el sistema educativo es la única manera de conseguir un trabajo, pues el “american dream” de hacerse millonario con una “buena idea” se encuentra, tarde o temprano, con un Estado que le pone techo a esa iniciativa personal. En Cuba hay privilegiados, pero no hay multimillonarios que ostentan sus fortunas invitando a Ricky Martin a su casamiento en Marruecos. Con una población bastante homogénea e interesada por su paso por el sistema educativo, los docentes descansan su capacidad de innovación pedagógica. Alcanza con lo que han aprendido en el Instituto Pedagógico.
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Caben, sin embargo, algunas preguntas sobre el futuro de este sistema, sobre sus jóvenes, que pueden ser también preguntas sobre el futuro del socialismo en la isla rebelde. Caben, también algunas preguntas sobre nuestro propio sistema educativo, nuestros jóvenes y nuestro futuro.
La educación cubana tiene un profundo atravesamiento político, dirigido desde el Estado para que los jóvenes incorporen nociones que les permitan comprender el funcionamiento del Estado y el desarrollo de sus políticas dentro del contexto internacional. Naturalmente, el enfoque desde el cual parten los análisis es el marxista. En países como el nuestro, esta formación política –no sólo en términos de las asignaturas sino también en iniciativas como las de los “Pioneros”, o la “Unión de Jóvenes Comunistas” (esta última, de ingreso voluntario, es la sección juvenil del Partido Comunista de Cuba)– está bastante ausente, limitándose a inculcar algunas nociones básicas, y muchas veces formales, acerca del funcionamiento de la democracia en las materias como Educación Cívica. El innegable contenido político de la educación, así, queda librado en Argentina a la iniciativa de los docentes o a las demandas de los alumnos que manifiesten inquietudes en ese sentido. No hay un impulso, de parte del Estado, para que los niños y jóvenes se involucren en actividades de militancia, en combinación con actividades recreativas y deportivas. La consecuencia de esto es una “sociedad apolítica”, desinteresada y condenadora de la política, que aparece señalada entre nosotros como un juego sucio y un mal necesario. Podríamos aventurar, así, que el “ciudadano apolítico” no vota en función de intereses concretos, sino que se deja seducir por estrategias del márketing que ocultan y encubren los verdaderos proyectos de las dirigencias. Luego, cuando esos proyectos terminan encontrando cuellos de botella que generan distorsiones en la vida de los ciudadanos, son culpados por estos, como si hubieran aparecido ex nihilo.
La despolitización de la educación, dentro de una estrategia más amplia de despolitizar a la sociedad entera, “humanizando” a los candidatos, tiene como fin exclusivo el sostenimiento de un statu quo donde sólo unos pocos conocen y detentan realmente el funcionamiento de los resortes del gobierno. Nuestra democracia liberal parece, bajo esa luz, una suerte de oligarquía por decantación, que no se aferra al poder por la fuerza, sino porque los ciudadanos no tienen interés en participar o en cuestionar ese funcionamiento.
Por otro lado, en Cuba los niños, niñas y adolescentes están cada vez más expuestos a la cultura global, en forma de CUC (la moneda cubana dolarizada, oficial en las actividades relacionadas con el turismo) y de una internet que por el momento es muy cara y de pésima calidad. Los chicos que están en zonas expuestas al turismo tienen especial interés en continuar profesionalmente en estos rubros: gastronomía, hotelería, etc. Allí están los CUC. Allí están las posibilidades de privilegios (el precio de una noche de alojamiento una habitación en una casa particular de La Habana vieja, por ejemplo, puede equivaler tranquilamente dos salarios docentes mensuales). Por otro lado, internet traerá las mieles del consumo capitalista vía el cuento de hadas de la publicidad: el acierto fatal, del propio sistema, de fundarse sobre la lógica de las adicciones. Consumimos lo que no necesitamos, cada vez más –harinas, azúcares, marihuana, calmantes, celulares, zapatillas, autos, hamburguesas, grasas trans–. El tener, el tener más que el otro, o al menos lo mismo, es uno de los grandes impulsos del sistema capitalista. El control estatal de internet cubano no parece ser demasiado sostenible: ¿cómo negar la principal vía de comunicación y consumo cultural en todo el mundo, cómo moderar el chorro de sus aguas contaminadas de fantasía material?

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Cuba está en una encrucijada permanente, pero la planificación estatal parece ser efectiva en términos de estabilidad. Sin embargo, quedan zumbando estas preguntas en la cabeza de un docente turista acerca del futuro. El capitalismo llegó a Cuba, y despliega sus alas de buitre. No ya en las marquesinas luminosas de New York o las fiestas de Ibiza, sino en los hoteles y restaurantes de la muy coqueta ciudad de Trinidad. ¿Cómo asimilarán los jóvenes esa contradicción de tener frente a sus narices el sueño americano al tiempo que la narrativa patriótica condena eso? ¿Qué margen tiene la férrea estructura política cubana para resistir la tentación de los cubanos por YouTube, por un celular nuevo, por los dólares? Una industria velozmente dinámica –el turismo– contrasta con la cobertura social del Estado, más lenta, más de supervivencia, más de pueblo. Un Licenciado en Neurología trabajando de entertainer de gringos en un Hotel Meliá, mientras su hermano pasa las horas cuidando la sede del Partido Comunista del pueblito de Caibarién mirando la tele (sobre Cuba como posible vaticinio acerca del futuro del trabajo puede leerse este brillante análisis de Alejandro Galliano).
En Cuba, las tensiones entre Estado y mercado, el futuro, ya llegó.
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Salí de la clase que me perimitieron observar –nunca sabré si legal o ilegalmente– y crucé a un pequeño almacén frente a la escuela. Mientras hacía la cola en la caja, entraron los alumnos del grado que había presenciado hacía minutos, y miraban curiosos cómo compraba dos petacas de ron. Habrán pensado que soy un –otro– turista borracho. Los saludé con un guiño, sonrieron, algunos comentaron algo, una compañera se quejaba por la inmadurez de los varones. Volví a cruzar, entré a la escuela y enfilé a la dirección.
–Le traje esto, Yaniris, una para usted por dedicarme su tiempo y una para el profesor que me permitió observar su clase –le dije a directora, mientras le extendía medio sotto voce dos Havana Club Añejo Reserva– ¿Le gusta el ron?
–Ah, me encanta –sonrió–, pero no tendría que molestarse, para nosotros es un placer charlar con profesores argentinos.
–No lo tome como un regalo de turista, tómelo como una gentileza entre colegas.
–Pues así sí.
Soy cubano y resido en Argentina y después de leer este artículo me parece impecable pues realicé una comparación totalmente Imparcial donde critica y elogia de ambos lados con una vehemencia impresionante. No sé cuánto tiempo pudo compartir con los docentes cubanos pero relata la escuela y el sistema en que estudie lo mismo que la escuela y el sistema que ha precio acá en la Argentina donde vivo
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