La maestra solitaria

Gracias a Vivi Fidel por los comentarios mientras escribía este post.

El Ateneo y lo extraordinario

Todos los cuatrimestres, en los profesorados de nivel inicial y primario de la Escuela Normal Superior Nº 9 de la ciudad de Buenos Aires, un grupo de docentes organizan un Ateneo de Sujetos de la Educación Primaria. El objetivo de las profesoras Ana Yahdjian, Carolina Ferreira, Viviana Fidel y Lucía Litichever es convocar a las y los estudiantes a narrar una escena que hayan observado en los tramos correspondientes al campo de la práctica profesional (uno de los tres campos en que se organiza el Plan Curricular, junto con el de la Formación General y el de la Formación Específica). Allí, desde el primer año de ingreso y a lo largo de toda la carrera, deben hacer observaciones a instituciones, a clases y luego comenzar gradualmente a realizar prácticas y residencias.

Volviendo a la situación del Ateneo, las y los estudiantes llevan allí alguna escena observada en una institución –que puede ser una primaria común, o para adultos, o de educación especial, etc.– respecto de un alumno o alumna. Deben prestar atención a la respuesta del docente ante X situación pedagógica compleja, sistematizarla –o sea, elaborar un pequeño registro– para luego ponerla en consideración en el Ateneo. Allí, en presencia de casi todas las estudiantes del profesorado y buena parte del equipo docente, se trabajan colectivamente. “Trabajar colectivamente” significa presentar un problema pedagógico y pedir opiniones al resto, identificar el problema, las preguntas que se deben realizar, lanzar hipótesis acerca de las causas, aislar las variables que intervienen, escuchar posibles alternativas o aportes de una diversidad de docentes y alumnxs. Cada experiencia relatada es desmenuzada y en el cruce de palabras van circulando las ideas y las complejidades para la experiencia siguiente.

El Isauro y lo común

El Centro de Educación No Formal “Isauro Arancibia” queda a metros del Espacio de Memoria “Club Atlético”, en la zona porteña del Bajo. Alberga a 300 estudiantes adolescentes, jovenes y adultos, mayoritariamente en situación de calle. Son la exclusión de la exclusión, “los invisibles”, como se llaman a sí mismos. Son esas personas, con nombre, apellido e historia que ocupan las veredas, descartados por la mano invisible del mercado. Transformadas en bultos de miseria, sobrante, anonimizada, vulnerada.

El Isauro es una de las escuelas que el profesorado del Normal 9 de CABA propone a sus estudiantes visitar, observar, relevar y vivir. Todos los cuatrimestres alguna alumna o alumno del profesorado trae registros de allí para compartir con sus compañeras y docentes. Se trata, indudablemente, de una institución (muy) por fuera de lo que llamamos la “primaria común”, esto es, las escuelas comunes y corrientes, de 7 años de duración. Está clarísimo que las problemáticas que ingresan por la puerta del Isauro nada tienen que ver con las de la primaria común. Allí es imprescindible una mirada humana por sobre todas las cosas, y una tarea profundamente militante por parte de sus docentes.

Inclusión estadística vs. inclusión educativa

Al Ateneo llegan tanto las experiencias del Isauro como relatos de la primaria común, decía. Ya no se trata de una docente que habita ambos espacios y lleva en su piel la experiencia. El Isauro y las escuelas comunes se cruzan en reflexiones colectivas, en miradas compartidas y comparadas, en em Ateneo. Se cita, se toma distancia, se analiza.

En ambos casos, sin embargo, nos encontramos con las problemáticas de inclusión cotidianas. Y en las escuelas tenemos que trabajar con chicas y chicos atravesadxs por la violencia, el abuso, el hambre. La intemperie. Algunxs de ellxs, incluso, con una chapita colgada que describe vagamente un diagnóstico: “Asperger” “Espectro autista”. Categorías –suponemos– médicas, neurológicas, psiquiátricas, psicológicas, que quienes estamos cotidianamente en las aulas no sabemos decodificar con exactitud. ¿Qué debemos hacer con ellas? ¿Qué tipo de trabajo didáctico diferenciado debemos encarar? ¿Cuál es la vara? ¿Qué llegue a los objetivos que plantea el Diseño Curricular o que avance según sus propios parámetros? ¿Cuáles son esos parámetros? ¿Quién nos puede ayudar a definir si ese diagnóstico significa, a los efectos del aprendizaje, qué limitaciones o ventajas? Lxs chicxs llegan con su diagnóstico y no sabemos bien qué hacer. A poco andar, notamos dificultades de socialización. En el Ateneo, las estudiantes narran:

–La maestra dijo “él está en su mundo, dejalo”.

–El maestro me dijo que no hay mucho para hacer porque es autista, o algo así.

Y así, la inclusión estadística es real, pero la inclusión educativa es falsa. En el nivel medio, con muchísimas menos herramientas pedagógicas de parte del cuerpo docente (recordemos que, a diferencia del nivel primario, no es necesario tener título docente para dar clase en secundaria), estos diagnósticos se traducen en palabras mucho más contundentes:

–Ese pibe no tiene que estar acá.

–Yo no voy a bajar el nivel, se sacarán todos un 2. ¿O se supone que le tengo que poner 6 a todos?

–Estos chicos de la villa son como monitos, no sé para qué vienen a la escuela.

Palabras más suaves, palabras más drásticas, el problema parece ser similar: la inclusión educativa –de excluidos sociales, o excluidos “pedagógicos”– parece encontrarse con los muros de la escuela normalista, que aunque dejó atrás los discursos estridentes de la Liga Patriótica pareció pasar al paternalismo pedagógico o a la exclusión brutal.

Lo colectivo ausente

Estos relatos traen nuestras alumnas y alumnos al Ateneo en el Normal 9. Experiencias al límite de lo pedagógicamente posible, y derrotas de maestras que, solas frente a 25 niñxs, tratan de hacer más eficientes sus energías en la ecuación salario-familia-planificación-ejecución-alienación. En ese camino, efectivamente, los diagnósticos parecen dar cierta licencia a la escuela –saquemos la responsabilidad de las maestras, que efectivamente no tienen herramientas, solas ellas, para abordar esos diagnósticos y además generar un acto educativo– para un relajamiento de sus deberes: garantizar el derecho a la educación. Que lxs chicxs aprendan. Todxs lxs que entran por la puerta.

En el Ateneo, ante el cruce de experiencias, ante el compartir, se impone la pregunta: ¿Qué pasaría si hiciéramos exámenes psicológicos y psicopedagógicos a lxs alumnxs del Isauro? Probablemente, en su condición de víctimas de la exclusión, encontraríamos dificultades varias. Sin embargo, no es el marco del Isauro. Allí, todos los viernes hay una reunión de personal donde, entre otras cosas, se piensan colectivamente intervenciones pedagógicas frente a la enorme complejidad del alumnado. Tomando con pinza los diagnósticos cuando están. Sin marcos extrapedagógicos. Tratando, en la medida de las posibilidades, de garantizar el derecho a la educación con la herramienta que tenemos los docentes: saber enseñar.

Muchas veces efectivamente no es suficiente, porque efectivamente la miseria y la exclusión se llevan puestos muchos futuros, nombres e historias. Y excede la escuela, y las agencias del Estado que deben ocuparse están vaciadas, o colapsadas, o no existen. Pero tal vez la escuela hizo lo que era posible.

Y lo hizo colectivamente. Y podemos tomar algunas ideas para pensar la escuela común. Y viceversa. Con estudiantes del profesorado que, con suerte, incorporarán esta práctica como parte necesaria de su trabajo.

Romper el aislamiento profesional

El camino es colectivo. Lxs docentes prácticamente no contamos con instancias de circulación colegiada de nuestras experiencias, de una validación entre pares de nuestras propuestas didácticas, de nuestras intervenciones pedagógicas. Los congresos educativos están reservados a funcionarios y especialistas académicos: lxs docentes no tenemos tiempo ni “pertenencia institucional” para acceder a esos espacios. Docentes (de niveles obligatorios, de aula diaria) excluidos de jornadas educativas, así es.

La innovación educativa no son gurúes israelíes, finlandeses o argentinos con financiamiento externo. La innovación educativa ya está sucediendo pero, a falta precisamente de ámbitos de reflexión y sistematización colectiva, queda presa de una escuela, de un aula, de un docente. ¿Y si esa experiencia exitosa, además podría mejorarse? ¿Y si esa intervención es replicable, escalable, transformable en política pública? ¿Y si esa forma de enseñar Ciencias Sociales permite repensar el currículum del futuro? No lo sabemos: estamos solxs.

La maestra solitaria completa boletines mientras un alumno, excluido de Educación Física por “autista”, dibuja, dibuja sin parar entre marcadores, crayones y lápices de colores. Dibuja frenéticamente. Están lxs dos solxs en el aula. Y a ella se le ocurre: ¿Y si le pregunta a su paralela y al profe de Plástica si se puede hacer algo desde ahí? E inmediatamente se pregunta: “¿En qué momento? Tengo que terminar de llenar los boletines, buscar a mi hijo, llevarlo a inglés, mientras vuelvo a casa a bañarme y empiezar a cocinar, el padre no me pasa la plata. El profe de Plástica ayer tuvo un accidente acá en la escuela y está con ART, andá a saber cuándo vuelve. Mi paralela estuvo con licencia por maternidad, y entre el puerperio y el atraso con las notas está medio en otra.”

Y baja la vista, y sigue completando boletines.

Edward-Hopper-Automat
Edward Hopper, «Automat» (1927)

Necesitamos una carrera docente con espacios de circulación colectiva e intercambio, para mejorar nuestras experiencias, para nutrirnos de aportes de colegas y aportar nosotrxs. Necesitamos que esos espacios estén rentados y permitidos, que sean parte constitutiva de la vida escolar y profesional. Cosa que hoy por hoy no ocurre. No sólo no ocurre: cuando en las escuelas se realizan jornadas institucionales en general se trata de bajadas o intentos ministeriales de relevamiento de datos. Una buena conducción ministerial sabría aprovechar los espacios existentes para este tipo de prácticas hoy ausentes. Una buena política educativa pondría recursos a disposición para generar esos espacios, para tomarlos como materia prima e innovar pedagógica y didácticamente desde allí. Una política bien encaminada sabría, además, articular los mecanismos para que lxs docentes nos habituemos a este tipo de prácticas que, es necesario decirlo, también nos cuesta: el aislamiento es constitutivo de este oficio.

La experiencia del Ateneo fue pensada por docentes, desde un profesorado, y debería no sólo extenderse a los otros sino además ser una política pública de la formación docente inicial y de la continua, y un espacio permanente y rentado de la carrera. La innovación es colectiva, y es desde abajo.

Las apelaciones a “lo colectivo” no sólo son parte del “sentido común progre”, son también condiciones esenciales de posibilidad de la mejora educativa. Por eso necesitamos una mejor carrera docente sin resignar un solo derecho adquirido. Eso, y no instituciones-ariete como la UniCABA, o humos de gurúes y fundaciones, es jerarquizar la docencia.

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Una respuesta a “La maestra solitaria

  1. Excelente trabajo!! Podrían enviar estos futuros docentes a la escuela de Granaderos número 30 D.E. 9 para analizar qué pasa allí. Contactarse por mail. Muchas gracias

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