El peronismo: ese Ave Fénix de tanque chico

Para quienes nos dedicamos a las Ciencias Sociales y las Humanidades en Argentina, por lo general el peronismo resulta ser nuestro más maravilloso fetiche masturbatorio. No importa si nos dedicamos a la Educación, a la Filosofía, a la Psicología o a las Ciencias de la Comunicación: el peronismo nos atrae y nos fascina con su fuego místico inextinguible, con su capacidad para escapar a la verbalidad racional que usamos como marco explicativo.

No voy a ensayar acá –nada más lejos de mis intenciones– una narración descriptiva del peronismo en su conjunto: enormes cerebros han abordado el tema, con brillanteces y sombras, arrimando bochines de ideas al hecho maldito. Lo que sí quería era señalar uno de sus problemas –también abordado por gigantes–: el problema sucesorio. Y tal vez, en una de ésas, usar una o dos metáforas a ver si pueden sumar un mínimo gramito al corpus.

El Ave Fénix

I – Berisso y las patas en la fuentePERONISMO

Para la Segunda Guerra Mundial, la Argentina estaba comenzando a transitar un camino indistrial al inicio del modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones. Se disparó la presencia de obreros industriales dentro de la clase trabajadora, que profundizaron reclamos que los partidos socialista, comunista y el movimiento anarquista venían impulsando desde fines de siglo XIX. La fuerte crisis de la democracia liberal como paradigma, que había dado pie al surgimiento del fascismo italiano y el nazismo alemán, pero también había servido de telón de fondo de la revolución bolchevique de 1917, se presentaba en Argentina desde que en 1930 los sectores de la economía concentrada, en alianza con las Fuerzas Armadas, tomaron el poder. Desde 1932, nuevamente se apeló al fraude para sacar del juego la participación popular en la política.

En ese escenario de crisis de representación liberal, el coronel Juan Domingo Perón comenzó a tejer puentes con la clase obrera, abriendo canales de diálogo desde el gobierno dictatorial del GOU, en una movida inédita desde el Estado: escuchar a los trabajadores. La meteórica acumulación de poder de Perón llevó a su encarcelamiento en octubre de 1945 por parte del presidente Farrell. El resto son los frigoríficos de Berisso y las patas en la fuente: historia conocida.

Después de los años felices 1946-49, el peronismo clásico encaró su segunda presidencia con restricciones económicas, planteos opositores en varios frentes, huelgas de la propia CGT, y sin el carisma de Evita. No pudo Perón, el demiurgo de la organización que vence al tiempo, engendrar una arquitectura política capaz de sobrevivirlo y blindarlo frente a la barbarie de las Fuerzas Armadas, que lo derrocaron en 1955 previo bombardeo. Manejó el poder 9 años (institucionalmente), y hasta un poco más si contamos su paso por la dictadura el GOU, de manera inapelable. Su uso –y abuso– del poder se convirtió en mito. Sin embargo, no pudo reproducirse, como una madre estéril. Había surgido como la solución a una crisis, la de la democracia liberal, brilló marcando con su fuego una época dorada de las clases populares y la historia argentina misma. Pero no pudo sobrevivir a su agotamiento.

II – Revolución productiva, salariazo y Miami

En 1988-89 el gobierno de Alfonsín estaba herido de muerte. Una coyuntura internacional catastrófica, una herencia socioeconómica (de la dictadura) inmajenable, reflejos poco sagaces y presiones militares le dejaban al milagro radical un margen de maniobra mínimo. En febrero de 1989, se desató la hiperinflación y el caos. El ensayo socialdemócrata, republicano y sensible que sirvió de campaña electoral perfecta en 1983, no daba respuestas a una crisis social de saqueos, hambre y, básicamente, hartazgo social. La codicia desenfrenada de los mercados, la astucia maquiavélica de cierto peronismo, la propia ineptitud del gobierno radical, nada pudo salvar el traje y la corbata de ese bonachón gordito de bigotes. Como contraposición, vino cabalgando de la precordillera un petiso de carisma implacable, de pelo desprolijo y patillas, envuelto en un poncho, prometiendo la revolución productiva y el salariazo. Ruptura total del esquema simbólico, nada parecía más alejado de la prolijidad socialdemócrata alfonsinista que había llevado al país a la ruina. Menem venía a salvar al peronismo, envuelto en las contradicciones a las que lo había llevado el dubitativo Cafiero y su tropa renovadora, que a veces se confundía con el propio Alfonsín. Menem venía, además prometiendo la prosperidad tan añorada después del hambre de la dictadura y las migajas de los 80: con la democracia no se comía. Lo que el riojano hacía mientras tanto, era reunirse con las cúpulas del capital concentrado argentino, prometiendo miniserios de Economía a gerentes de Bunge & Born. Como dijo tiempo después, si decía lo que iba a hacer, no lo votaba nadie. El resto son los viajes a Miami de la Argentina tilinga, los ajustes permanentes y el desguace del Estado –y de la clase trabajadora–: historia conocida. Manejó el poder como jefe casi absoluto del peronismo y, al igual que Perón, logró establecer un consenso –aún más unánime que el logrado por el General– para reformar la Constitución Nacional y asegurarse 10 años de ejercicio consecutivo en el poder, récord absoluto en la historia argentina. Para 1999, la crisis económica y una demanda “honestista” de la progresía llevó a no poder asegurar la continuidad del partido en el poder; aunque, para ese momento Eduardo Duhalde ya se había convertido en su enemigo declarado.

III – “Vengo a proponerles un sueño”

Néstor Kirchner asumió cuando la represión que Duhalde, en ejercicio del Poder Ejecutivo Nacional, había desplegado sobre las clases populares empobrecidas estaba menguando. También estaban menguando los efectos devastadores del ajuste, devaluación, default y corralito de los meses calientes del verano 2001-2002, envueltos en el zonda del “que se vayan todos”, del piquete y la cacerola. El calor se trasladó al invierno y, como se dijo, la crisis, o más bien sus gestionadores en el manejo del Estado nacional, de la Provincia de Buenos Aires, y las políticas Federal y Bonaerense, se cobraron las muertes de Kosteki y Santillán. Para 2003, Carlos Menem soñaba con su operativo retorno, pero la falta de quórum lo obligó a bajarse de la segunda vuelta electoral, a la que el resultado de las elecciones obligaba. Así, el ignoto Kirchner, protégé del leviatán Duhalde, se convirtó en Presidente la Nación con menor porcentaje de votos de la historia: 22,24%. Esa legitimidad prácticamente nula de origen se transformó, por la habilidad de Kirchner para establecer alianzas con fuerzas políticas externas en un principio, y con el peronismo duro después, en una fuerza inapelable. El resto es un contexto internacional cuyas nubes precipitaban dólares sobre la Argentina y a caballo del cual pudo consagrar a Cristina Fernández como sucesora y, luto de por medio, ella repitió con un indiscutible 54% en 2011: historia conocida.

Pero una vez más, el peronismo en el poder no pudo elaborar un sucesor digno del manejo indiscutible –en términos de cuestionamientos a la construcción política– del Estado durante ya no 10, sino 12 años. Daniel Scioli es el hijo defectuoso de esa imposibilidad, de ese útero yermo para engendrar al hijo pródigo.

El tanque chico

Ahí reside la posible contradicción: un partido que descolla como constructor desde las cenizas como un Ave Fénix multicolor y poderoso, que devuelve al Estado su solidez en medio de cuestionamientos y devastaciones y lo transforma en una maquinaria de poder y negocios próspera, no logra funcionar más de 10-12 años: el tanque no le da. De más está decir, claro, que ningún otro movimiento democrático en Argentina pudo tener alientos tan largos –el PAN de fines de siglo XIX, en todo caso, sustentó su supervivencia sobre el fraude electoral y la represión–: sin embargo es para analizar cómo es que semejantes construcciones de poder –que además sucenden en tiempos relativamente cortos– no pueden articular una formación de cuadros que permitan renovar los elencos rápido. De manera que el peronismo, después de su agotamiento, saltea una generación: exige un descanso, como su fuera el papá estéril pero el abuelo fértil. En ese lapso recarga el tanque –¿tal vez, como oposición que le permite estructurar una agenda y aprender de los errores de su adversario en el poder?– y vuelve a la carga. ¿Podrán –por ejemplo– Juan Manuel Urtubey, Axel Kicillof, Facundo Moyano dirimir sus diferentes posturas dentro del peronismo en una interna? ¿Qué rol jugarían allí Sergio Massa, Florencio Randazzo, la propia Cristina?

En días aciagos para el peronismo, realizar una introspección acerca de sus limitaciones, sus patrones de conducta, sus imprevisibilidades, sus coherencias y contradicciones, podrían ayudarle a capear la crisis profunda en la que se sumergió, cuando el sucesor de la década ganada apenas pudo sacarle dos puntos a un partido al que tildan de amateur.

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