En este blog hemos planteado ya varias veces la crisis que enfrenta la escuela secundaria pública (en esta nota, en esta otra, en ésta también, o por qué no en ésta), presa de un modelo que atrasa como mínimo 40 años y que quedó cristalizado en algún momento impreciso entre las décadas del 50 y 70 del siglo XX. En aquellos tiempos atendía a una población que estaba a resguardo de las impiedades del mercado, gracias al Estado de bienestar y al pleno empleo. Esto garantizaba redes de contención para las familias que mandaban a sus hijos a la escuela, lo que le permitía a las instituciones operar con lógicas punitivistas y excluyentes a aquellos adolescentes que no se adaptaran al marco. Ese mundo, hemos afirmado ya muchas veces, ha muerto.
Desde 1983, la escuela media fue ingresando con fórceps a una concepción democrática e inclusiva de la educación –formato que está presente en la escuela primaria desde sus inicios–. Pero a poco de comenzado el desafío, la ley de transferencia de 1991 abrió la puerta al desfinanciamiento y a las lógicas del capitalismo salvaje. El legado de la década del neoliberalismo carnal es conocido: una miseria estructural anclada en la precariedad de las redes de contención y en circuitos laborales inestables. En ese marco, a la escuela secundaria se le acentúa la apuesta: inclusiva y de calidad, para los marginados del sistema, para los judicializados, los sin familia, los destruidos.
El desafío no fue acompañado, de parte de las jurisdicciones provinciales –a cargo, concretamente, de las escuelas–, de políticas de acompañamiento para el necesario cambio cultural que esto implica, de manera que la escuela secundaria pública hoy arrastra algunas de sus peores tradiciones: individualista, fragmentada, punitivista, desjerarquizada. Neoliberal, bah. El neoliberalismo funcionó como la media naranja perfecta de un artefacto que siempre funcionó desgarrado de todo. Neoliberalismo y escuela secundaria tradicional se vienen como anillo al dedo: desde que se miraron a los ojos en la ley de transferencia de 1991, fue amor a primera vista. Una correspondencia ancestral los juntó en la noche menemista.
La trampa del Arangurenismo educativo
Con su discurso eficientista, los ministros del PRO recorren las escuelas públicas a pura sonrisa preguntando cuáles son sus necesidades a las conducciones. La respuesta es obvia, elemental: más presupuesto y más personal. Ahí es cuando los funcionarios desenvainan sus planillas Excel y preguntan: “¿Para qué necesitan más personal, con todo el que tienen asignado?”. Los números no mienten: los cursos están despoblados, y los cargos docentes se acumulan en secretaría engordando los argumentos de la Excelencia educativa. Sin embargo, aun así, las secundarias no dan abasto a atender el descalabro social que se mete por la puerta, las violencias subyacentes, el deterioro de las relaciones más básicas de compañerismo y respeto al trabajador (ya ni siquiera al adulto). Es que, tal vez, el problema no sea simplemente que no hay personal. Tal vez, el problema de la escuela secundaria pública argentina es su cultura institucional, preñada de los fantasmas de las peores tradiciones de la modernidad, rejuvenecidos luego de un saque de la cocaína posmoderna que hoy, encima, escribe discursos para presidentes. Esos fantasmas deambulan las aulas despobladas en forma de docentes mal pagos que han perdido los objetivos de su profesión y que no encuentran, porque nadie se ha ocupado de ofrecerles opciones, un rol significativo en las nuevas necesidades de la escuela.
Los sonrientes ministros esperan que sean las conducciones quienes generen ese cambio cultural, las que se pongan al hombro el castigo al que no trabaja y el premio al que se esfuerza, las que paguen el pato político de ser un rector o una rectora odiada por los núcleos más duros del profesorado. Los ministros, radiantes en sus avatares de Twitter, jamás se sentarán con un docente a preguntarle qué necesita y a ofrecerle un principio de solución real a ese no-ser en que se ha convertido. Jamás un ministro del PRO se sentará con un espectro, para devolverle a través del Estado la carnadura y el sentido que debería tener. Esa tarea se la dejan a las conducciones escolares, sin un peso, y con el único respaldo de su habilidad micropolítica. Un trabajo imposible, una paradoja.
El PRO probablemente sepa perfectamente que una conducción y cinco o diez docentes voluntariosos –autoexplotados– no pueden cambiar una cultura institucional al ritmo del desfinanciamiento al que simultáneamente someten a las escuelas secundarias. Pero lo dejan así: de esa manera ellos pueden culpar a los docentes de la crisis educativa, con la espada Excel en la mano all’uso Aranguren, irrefutable, inmaculada. Pero es una trampa: exigir eficiencia a un artefacto que cruje por todas partes restándole recursos es la mejor forma de dejarlo morir renunciando a la responsabilidad política. Si la escuela no anda, no es porque falten recursos, es por culpa de los recursos. Nadie, claro, menciona que el que tiene que hacerle services al artefacto es el Estado. Ellos no lo dicen. La escuela media se muere, y todos contentos.
Neoliberalismo de cotillón
El eficientismo educativo PRO, en realidad, es una pose: si fueran a fondo con esa filosofía deberían ser consecuentes e iniciar sumarios feroces a los docentes con alto ausentismo y antecedentes de faltas graves. Implicaría abrir un proceso cuasi stalinista y asumir un costo político carísimo: las escuelas incendiadas en segundos. Pero más aún: significaría abrir un frente de batalla con la burocracia sindical con la que ha pactado paritarias a la baja y omisiones cotidianas a situaciones de violencia. Ese pacto, más o menos literal, más o menos implícito, es el que sostiene el abandono y la privatización de la escuela secundaria. Este gobierno de liberales gerentes eficientistas basa su poder en transar con lo peor del sindicalismo. A nadie debería sorprender esto: la posmodernidad pactando con los fantasmas que venden la remota posibilidad de su carne por un par de secretarías en el Ministerio. Ésa fue la base del poder de Esteban Bullrich, y llegó al Palacio Sarmiento. Eso es lo que le exigen a Soledad Acuña que aprenda a hacer, y a ser. La cara bonita de un pacto que tiene el objetivo, liso y llano, de dejar morir a la secundaria pública por medio de la privatización de la matrícula, la tercerización de la actividad docente por medio de ONGs de la burguesía culposa a la que le pica el bichito de trabajar con los pobres unas semanas, para beber un poco de realidad que puedan contar en sus after offices de calle Reconquista.
Mientras haya docentes voluntariosos –autoexplotados– habrá esperanzas de que esto sea sólo una teoría conspirativa. Pero los docentes voluntariosos –autoexplotados– tienen un límite: el dinamismo que le imponen a esa cotidianeidad plagada de espectros implica una energía y una tolerancia a la frustración difícil de sostener. En cualquier momento esos docentes comprometidos –autoexplotados– encontrarán un horizonte más amigable, mejor pago, más estimulante que transitar entre lápidas y almas errantes esperando un perdón que se demora demasiado, y pibes y pibas estallando del dolor de ser los marginados de todo. Y se irán de la escuela pública. O se transformarán en cuasi oficinistas que entran y salen y no invierten un segundo de tiempo adicional en la escuela.
De esta manera, la tan publicitada «Revolución educativa» es un eufemismo acuñado por un cínico o un ignorante: sólo alguien que domine alguna de esas dos cualidades -o las dos- puede aventurarse en esos fastos discursivos con la firme convicción de no gastar un solo peso en ella, y convirtiendo al Ministerio de Educación de la Nación en un instituto evaluador vaciado de toda política federal educativa.
Una punta
Salir de esta paradoja, de esta trampa, de esta tragedia shakesperiana parece cada vez más difícil. Planteada en estos términos, la escuela pública secundaria parece inviable. Parece destinada a ser un shopping en 25 años, con un cuarto de su población ubicada en la educación privada y tres cuartos transformados en el lumpenproletariado que sirve de leña para arrojar al fuego de demandas sociales genéticamente fascistas.
Tal vez, como la punta del ovillo, pueda pensarse en dar algún poder de decisión a las escuelas acerca de la conformación de su equipo docente, complementando el vetusto, cuantitativista y paradójico –por aquello de dar prioridad a quienes más deteriorados están por el sistema, en razón de su puntaje– sistema de actos públicos. Tal vez, como planteamos en esta nota, podríamos pensar en una segunda instancia colegiada de selección para que las mismas escuelas tengan la posibilidad de cerrarle el paso a nuevos fantasmas o, al menos, para elegir aquel que conserve todavía algunos indicios de vida.
Muy buen artículo. ¿Alguien me presta una pistola para pegarme un corchazo?
Me gustaMe gusta
Me quedó repicando tras la lectura del artículo un reclamo entre soterrado y explicito a los núcleos técnico, administrativos y políticos del estado para que generen (¿y derramen?) sentidos hacia el nivel secundario público. Pienso que los sentidos de las escuelas secundarias privadas son generados situadamente en una negociación entre los núcleos decisores – que pueden ser sus administradores o las mismas tradiciones – y sus particulares clientelas. «Somos la mejor escuela tradicional, religiosa, progresista, por el arte, por el futuro o por el origami» podrían ser sus variopintas «visiones» que, de alguna manera, aportan sentidos a sus culturas organizacionales. Son núcleos fuertes que a pesar de las posibles disputas se circunscriben al particular territorio de esa escuela privada en particular. Las disputas por los sentidos en la escuela pública son mucho más amplias y con actores que, me animo a hipotetizar, terminan en una suma cero que no es muy favorable a cambios. ¿Qué lugar juegan en esta disputa de sentidos los actores que se desenvuelven en los centros técnico políticos del Estado? A pesar de su gran poder simbólico y material, creo que es uno más entre otros participantes del día a día las escuelas medias públicas porteñas. Y aclaro lo de porteñas porque el artículo tiene una impronta fuerte capitalina.
Me gustaMe gusta
Excelente artículo, reseña del pasado, foto del presente y anticipo de que estamos en tiempos difíciles. Compartirlo con colegas
Me gustaMe gusta