Sobre el sentido de los paros docentes

Dato duro: como señalaron Mercedes Montaña y Alejandro Morduchowicz, si los docentes hubiéramos aceptado, pasivamente, los aumentos ofrecidos por el gobierno en los últimos 10 años, nuestro salario sería un 60% más bajo.

Dato duro: los sindicatos docentes de cada provincia reclaman a sus gobiernos que sean convocados a paritarias desde enero, para debatir serenamente sin afectar el dictado de clases y para no teñir de conflicto el inicio en marzo.

Dato duro: los gobiernos provinciales alineados con el nacional entablan la discusión en los medios de comunicación, para generar un clima de repudio a los docentes respecto de las paritarias y el paro, pero no nos convocan para discutir estos temas. Discuten en los medios, no con los docentes. María Eugenia Vidal, de hecho, está organizando en la Provincia de Buenos Aires mesas por distrito para ejercer presión sobre los docentes, en vez de ahorrar conflicto y abrir la discusión desde ahora.

¿Cuál es el sentido de ir a la guerra, todos los años, con las maestras de nuestros hijos? Podríamos debatir tranquilamente, durante las vacaciones, este problema para llegar a marzo con el tema resuelto. Pero por alguna razón el gobierno rechaza esto. Como si quisiera forzar el paro docente, a propósito. Como si hiciera campaña con los paros docentes.

Lo que sangra

A mí me parece discutible el argumento de que a menos días de clases, peor la calidad educativa, como si fuera una cuestión de número, de tiempo cuantificable. Pero no: la calidad educativa no es medible con una calculadora. En las escuelas perdemos no menos de 10 días de clases al año por jornadas institucionales, falta de agua o electricidad, problemas edilicios, lluvias, inundaciones… Al igual que estos factores -que no reciben atención mediática, los paros docentes resienten un aspecto para nada menor de la calidad educativa.

Hay algo intangible, casi imposible de narrar que es el núcleo de la calidad educativa. Que está íntimamente relacionado con el aspecto “vocacional” de la docencia, con la pasión que nos genera la relación entre el conocimiento, nuestros alumnos y el aprendizaje.

En el aula se producen magias, que se traducen en respuestas insólitas de nuestros alumnos en su espiralado, laberíntico camino hacia el aprendizaje real (y no a la repetición de memoria de cosas que no entendemos, como aprendimos nosotros). Pero ese animarse a aprender, ese confiar en la palabra y la estrategia de la maestra, no surge espontáneamente en los alumnos. La maestra tiene que saber estimular la curiosidad. Atraer, con recursos que hacen de la docencia un verdadero arte, la sorpresa y las preguntas de los chicos. Esa magia se logra con docentes capacitados y actualizados, con dedicación exclusiva a su trabajo, con tiempo para pensar cómo ensayar esas magias que abren la cabeza de los alumnos.

Me animaría a decir que la gran mayoría de las maestras y los maestros que más aman su trabajo y lo desarrollan con pasión son quienes más se adhieren a los paros docentes. No hay una contradicción entre hacer paro y ser un excelente docente: más bien al contrario. Uno es docente porque quiere defender esos espacios mágicos del aula, porque quiere protegerlos de todas las violencias circundantes, de políticas insensibles de gobiernos que no comprenden la complejidad de generar la avidez por saber, por saber más.

Recuerde, lector, lectora, a aquel o aquella docente que lo marcó y al que rememora con tanto cariño. ¿Qué clima lograba crear, para captar su atención? ¿Qué era lo fascinante que sabía construir?

Hacer paro, decía, resiente esas magias, porque nos interrumpe esa construcción de una confianza, de un espacio para liberar las preguntas e interpelar a la imaginación. Pero no hacer paro nos pone en franco peligro de que esas magias se extingan para siempre. ¿Por qué?

Porque si nuestro salario sigue bajando, deberemos conseguir otro trabajo para complementar el docente. Si eso sucede, la llama se apaga, porque no podemos dedicarle el tiempo necesario para hacer madurar un ambiente en el que nuestros alumnos se sientan a gusto de aprender.

Porque si tenemos condiciones edilicias extremadamente pobres podemos morir, nosotros y nuestros alumnos, como sucedió en Moreno con Sandra y Rubén. Recordemos: la escuela explotó cuando estaban haciendo el desayuno para los chicos.

Porque si cierran escuelas e institutos de formación docente ¿dónde y cómo vamos a construir ese vínculo cálido, contenedor, potencialmente transformador, para que nuestros hijos aprendan las cosas más importantes de sus vidas?

Allí está la paradoja: o hacemos huelga para defender que la llama siga encendida, para mantener limpio el guardapolvo blanco y el cuadro de Sarmiento, o vamos a trabajar como si nada y nos quedamos sin todo eso. Peor aún: nuestros alumnos se quedan sin futuro.

Visibilizar lo invisible

Lamentablemente hay mucha hipocresía cuando se discute educación en Argentina. La complejidad enorme del sistema educativo sólo entra en agenda a principios de año, con los conflictos paritarios. Pero ése, y cuando se utilizan los resultados de las pruebas estandarizadas para –justamente– ir contra los docentes, son los únicos momentos en los que en nuestro país se discute educación. Paros y ránkings PISA. Con los misiles apuntando a nuestras aulas, tenemos que salir a debatir, nuevamente, distrayéndonos de nuestros alumnos. Tenemos que salir a defender lo que hacemos. La llama, la magia.

La huelga es la única de nuestras iniciativas donde los grandes medios de comunicación nos ponen micrófonos para explicar lo que es casi inexplicable: que el trabajo docente está atravesado por aspectos sensibilísimos, por pinceladas finas, por sutilezas en la voz, en los silencios, en el tiempo. Y, es cierto, nos cuesta muchísimo explicarlo bien. Sólo quienes hemos logrado momentos mágicos en el aula sabemos cómo se siente eso en el cuerpo. Sólo quienes compartimos espacios con los chicos sabemos lo maravilloso que es que una alumna tome los contenidos y los haga parte de su vida para ser más libre y feliz.

Así que para defender esos territorios mágicos que construimos todos los días –anónimamente, con perfil bajo, enseñando a cientos de miles de chicos a leer y a escribir, a comprender la realidad–, la forma más rápida de visibilización son las huelgas. Hemos hecho marchas de antorchas, bicicleteadas, carpas de debate, performances artísticas, para convocar a la ciudadanía a conocer nuestro trabajo. No hemos logrado más que llegar a un círculo reducido.

Ahí la otra paradoja: la forma más clara y eficaz para llegar a la opinión pública para defender las escuelas es hacer paro, descuidando otra vez el aula.

La violencia de los trolls

Estos últimos días circula por las redes, agrediendo a los docentes de cara al debate salarial, el discurso de “hagan como los maestros rurales y de frontera, que hacen Patria”. Hay una reivindicación del sacrificio graficado en las maestras que recorren kilómetros y vadean bañados para llegar a aulas atravesadas por la intemperie de la naturaleza. No cabe la menor duda de la dedicación y esfuerzo pedagógico de compañeros y compañeras que trabajan en esos contextos.

Pero no vamos a entrar en la trampa de comparar su trabajo con el nuestro, urbano, entre los cementos de las metrópolis, o entre ritmos pueblerinos. Las maestras rurales también son trabajadoras, también merecen un salario mejor, también merecen un gobierno que no las agreda, también merecen levantar su guardapolvo blanco como bandera.

Como el resto de nosotros, que conocemos las complejidades de nuestras escuelas, diferentes a las demás, pero tan delicadas, tan necesitadas de docentes bien pagos, dedicados, atentos al aprendizaje de los alumnos.

No vamos a caer en la trampa de reclamar ser el ejemplo del sacrificio y la vocación, porque eso es lo que nos proponen los trolls. Vamos a visibiizar su trabajo y el nuestro, que se resume a lo mismo que narraba antes: captar la atención y la curiosidad de chicas y chicos en busca de un futuro, no para ofrecer respuestas que no tenemos, sino para forzar las preguntas que nosotros también nos hacemos.

En el campo árido de La Rioja, en un pueblo del interior azotado por los vientos de la Patagonia, con los zapatos manchados de tierra roja misionera, en una villa del conurbano bonaerense o con el aire salado de un balneario de la costa, en la Quebrada de Humahuaca o en los fríos impiadosos de Tierra del Fuego, allí hay docentes haciendo magia y reuniendo chicas y chicos alrededor del fogón del conocimiento, abriendo ventanas al futuro y desafiando, con hechos concretos, las violencias de los trolls. Izando, somnolientos, una bandera a las 8 de la mañana, esperando que los pibes vuelvan de almorzar, fumando un pucho en la puerta de la nocturna preguntándole a una alumna por su bebé, ahí estamos nosotros echando un leño más a ese fogón.

Reclamemos un mejor salario y condiciones laborales, reclamemos mejores desayunos y viandas para nuestros alumnos. Reclamemos contenidos actualizados y capacitaciones para actualizarnos. Reclamemos una carrera que nos dé prestigio y no nos reduzca a la caricatura que quieren hacer de nuestro trabajo.

Para poder ir zurciendo y emparchando, de a poco, un tejido social que desde afuera se empeñan en desgarrar.

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«Der sterrenacht», Vincent Van Gogh (1889)

2 respuestas a “Sobre el sentido de los paros docentes

  1. Celebro el blog para construir sentidos a nuestras prácticas docentes. Me conmovió el artículo. Creo compartirlo con las familias cuando ¿comiencen? el ciclo lectivo

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  2. Nos piden sacrificio y comprension a los docentes. Porque no les piden comprension a las cadenas de supermrcados para que bajen la leche y la carne ? Nos atacan diciendo que no tenemos vocacion. Con vocacion no comemos ni pagamos las cuentas. La docencia es un trabajo, un medio de vida

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