Publicado el 4 de mayo de 2020 en Revista Anfibia.
La versión pedagógica del fin de la modernidad la representan algunos discursos que critican el formato clásico de las aulas y el docente-vigilante. Y muestran aulas finlandesas, siempre tan limpias, blancas, ordenadísimas, sin paredes (¿Cuánto del orden que propone la narrativa pedagógica finéfila nos interpela más que nada?).
Hay una foto compartida por las redes del Archivo General de la Nación -una maravilla de gestión de las cuentas, por cierto- que suelo traer a cuento de estos falsos futurismos. Allí se ve a una maestra con 13 alumnes en el Parque Aguirre de Santiago del Estero. Les niñes -es un grupo mixto- visten guardapolvos blancos y algunos abrigos. No están en hileras de pupitres, a la usanza marcial de la “escuela clásica”: están agrupades en torno a las mesas. La maestra, sobre la derecha de la imagen, tapa parcialmente un pizarrón de pie, hecho especialmente para poder transportarlo. “Lenguaje. El constructor dirige la obra.”, se alcanza a leer. Alrededor, árboles y más árboles. Luz y más luz. Más atrás se ve otro pizarrón, seguramente de otro grupo de alumnes y maestra. Les alumnes miran a la cámara: deben estar entre temerosos y curiosos del artefacto, de la interrupción del tiempo escolar. Nadie sonríe, la maestra tampoco. Detrás, en el grupo del fondo, una alumna también mira a la cámara.
La foto es de 1936.
O sea: en didáctica está casi todo inventado, de alguna u otra manera. Y si no está inventado está preñado en algún formato conocido. Sólo debemos sumarle la ubicuidad de internet y el acceso a la información -que no, no es conocimiento- a un click. Lo demás ya existe, y no va a barrer con la “escuela clásica”. En todo caso hibridará: la historia humana es la historia de los mestizajes.
