Publicada en Revista Marfil el 21 de junio de 2020.
-La pandemia trajo situaciones novedosas para toda la sociedad y el ámbito educativo no fue una excepción ¿Cómo definís la modalidad adoptada? ¿Son clases digitales, es educación a distancia, son clases de emergencia?
– Educación a distancia no es. Fue una de las primeras cosas que me quedó clara a medida que fui charlando con colegas. La educación a distancia tiene un marco, una metodología y una previsión, además de un contrato didáctico: cuando una persona se anota en un curso a distancia sabe que tiene determinadas reglas y márgenes, que hay determinadas dinámicas que están estipuladas de antemano -participación en foros, actividades con determinadas herramientas digitales, tiempos de envío y devolución de tareas preestablecidos- que no se dieron en esta situación. La pandemia implicó un escenario intempestivo y el sistema no estaba preparado. Es lógico que la escuela, o el propio sistema educativo, no esté preparado para afrontar una pandemia global que implique la suspensión de clases.
Habría que definir entonces que sí es, ir por la positiva: yo veo un intento de darle una continuidad pedagógica al vínculo escolar. Y ese intento se ha encontrado con escenarios que podríamos definir como “socio-técnicos”, en palabras de Inés Dussel y Ana Pereyra. Estamos hablando de situaciones muy heterogéneas respecto de la conectividad, los recursos económico-tecnológicos, la ubicación geográfica: hay lugares en los que podés acceder con internet y otros en los que no, otros donde hay intermitencia, otros donde se comparte un dispositivo en el hogar entre varias personas. Hay sitios aislados territorialmente -lo que se llama “ruralidad dispersa”, donde justamente el virus impactó muy poco-; situaciones de mucha pobreza urbana con conexión intermitente y pocos dispositivos pero de fuerte concentración poblacional con mucha circulación del COVID. Es realmente muy diverso. La forma de intentar darle continuidad a ese vínculo pedagógico, entonces, también fue muy variada y se fue pensando sobre la marcha. Creo que en esta heterogeneidad de escenarios -que podíamos suponer pero que, en rigor, no era completamente tenida en cuenta en la escuela presencial- está la diferencia sustancial con un esquema de educación a distancia, donde el contrato didáctico parte de un compromiso de conectividad de parte del alumno.
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