Lo incómodo

Tuve un sueño bizarro en el que un Milei adolescente jugaba contra el Tata Brown. La pelota estaba trabada entre los dos, apenas uno lograba pisarla, el otro la recuperaba. Milei empujaba con su cuerpo al hombro del Tata que, como en la final de México ’86, defendía con un hombro luxado. Yo miraba horrorizada cada embestida, pero el Tata no aflojaba.

Veo una imagen con los líderes del último grito de la moda de la derecha y no veo novedad: machos rudos y violentos, chicas tontísimas pero lindas. No hay nada nuevo ni provocador en este fascismo canchero de youtubers. Sin embargo, ahí están les pibes de nuestras escuelas, imitando virilidades rídiculas y femineidades denigrantes, ¿cómo hacen para llamar su atención? ¿Podemos contrarrestar esa seducción perversa? No veo nada nuevo y quizá por eso me asusto: sospecho cómo puede terminar esta historia.

Mi formación no es en filosofía, ni en psicología, ni en antropología. Mi formación es en didáctica, que no es una ciencia sino una disciplina, un saber orientado a la práctica. Mi deformación profesional, mi vicio, mi pecado epistemológico, es interpretar el mundo a través de la didáctica. Debe ser que se le pide tanto a la escuela y, en consecuencia, a quienes trabajamos en las escuelas, que mi primer pensamiento es siempre ¿cómo lo enseño? ¿Qué puedo hacer, en el terreno de lo práctico, con esto? Hoy a la escuela le están –le estamos- pidiendo que frene el avance de las lógicas anti ciencia, de las teorías conspirativas, de las falsas supremacías étnicas, del binarismo normativo, de la más pura barbarie. Deberíamos ser esa suerte de Tata Brown maltrecho y herido que debe rápidamente recuperar la posesión de la palabra y devolvernos la posibilidad de aunque sea empatarles en el debate público. Porque honestamente, y pido disculpas por el pesimismo, estamos perdiendo.

Entonces nos hacemos cargo de esta demanda pública y pensamos cómo enseñar. Ya sabemos desde primer o segundo año del profesorado que esa pregunta viene acompañada de una un poco anterior: ¿cómo se aprende? ¿Qué nos pasa cuando aprendemos? Acá es donde mezclo lo que leí hace algunos años con lo que llevo vivido como alumna y como docente para arribar a una primera y provisoria hipótesis: aprender es incómodo. Aprender es un proceso que nos ubica en un lugar en el que somos extranjeres, un espacio que no es aún hostil pero que tiene la amenaza de poder convertirse en ello, un sitio ajeno, extraño. Dicen que viajando se fortalece el corazón así que veamos si esta metáfora nos ayuda a pensar el aprendizaje.

Voy a meterme con algo incomodísimo para la mayoría de les adultes: hablemos de fracciones. La enseñanza de los números racionales es uno de los desafíos más complejos y, por lo tanto, más apasionantes de todo el trabajo docente. Enseñar números racionales es desenseñar mucho de lo que les chiques traen como ideas matemáticas construidas en el primer ciclo. Después del 2 viene el 3 acá y en la China, pero hay un sitio mucho más exótico que las tierras de Oriente y eso es el conjunto de números racionales. En ese país también milenario, las reglas son un poco distintas. Después del, digamos, 2/5, no viene el 3/5. No va a llegar nunca. Podemos avanzar y avanzar y avanzar y el 3/5 va a seguir sin llegar, siempre encontraremos un paso previo; a eso se le llama densidad y vaya si no es denso convivir con la idea de que en ciertos momentos hay un paso entre el 2 y el 3 y en otros momentos cabe el universo todo entre esos mismos dos números. Eso le contamos a les chiquites de diez años. Les mostramos que, contrario a toda intuición, les va a convenir comer 1/2 chocolate antes que 1/3 de chocolate, aunque en nuestra tierra natal el 3 siga siendo más grande que el 2. Vamos poniendo en jaque muchas de sus nociones (hay más, pero creo que es suficiente crueldad por ahora) pero lo hacemos con cuidado, con una estrategia diseñada meticulosamente para que la crisis entre un conocimiento y otro no sea traumática. De otro modo, nos veremos con adultes que prefieren trabajar con un improbable 0,66666 periódico antes que con un prolijo 2/3, es decir, se sienten menos incómodes frente a la idea de un seis repitiéndose por toda la eternidad antes que tener que recurrir a un número que se escriba con una rayita.

La crisis es necesaria. Nuestro trabajo como docentes no se trata tanto de agregar información en las estructuras que les estudiantes ya armaron (algo que tranquilamente puede hacer Google) sino sacudir los cimientos para ver cuánto aguantan, deliberadamente romper en aquellos puntos que nos permitan transformar el pensamiento sin provocar un derrumbe generalizado. Por esa razón, cuando a les estudiantes les toca transitar esa zona de zozobra (Vigotsky la llamó elegantemente “zona de desarrollo próximo”, pero prefiero darle más dramatismo), la primera sensación es de incomodidad. “El naufragio de tantas certidumbres” canta Sabina, mientras esa mente acepta a duras penas que gato y pato no pueden escribirse de la misma manera. En esa incomodidad que implica el aceptarse ignorante es donde surge el aprendizaje.

Es brutal. Mal hecho puede ser cruel y dañino. Por eso estudiamos tanto, discutimos tanto, planificamos tanto, nos mortificamos tanto; porque sabemos de esa incomodidad, la conocemos de cerca, la vivimos en carne propia. Nuestro trabajo implica no sólo idear la táctica de ver dónde ir plantando las trampas (Piaget las nombra elegantemente “conflictos cognitivos” pero de nuevo prefiero el dramatismo), sino también acompañar ese andar aportando la calma, la paciencia, la confianza en que del otro lado hay algo. A medida que avanzamos en el camino educativo agregamos la tarea de mostrarles que el resultado de todo ese mogollón es apenas provisorio, que mañana mismo puede dejar de servir, que la prueba fue superada pero que el camino es de arenas eternamente movedizas, que el saber es ese 3/5 que se nos escapa permanentemente de las manos. Aquí es donde les docentes ayudamos a que les estudiantes se instalen en esa duda, que se vuelvan natives de lo inacabado, que disfruten de habitar el temblor de saber que nunca sabremos del todo, que hay mucho placer disponible en lo incómodo (el psicoanálisis lo llama elegantemente “libidinizar los objetos de conocimiento”, pero quería que leyeran la palabra placer).

Es muy, muy difícil. Requiere de mucho coraje de les estudiantes y de mucha serenidad nuestra, que también estamos produciendo conocimiento en cada una de nuestras propuestas didácticas. Miramos a la complejidad a los ojos y el abismo nos devuelve la mirada, nos apabulla con su infinitud más densa que el espacio entre el 2/5 y el 3/5, nos obliga a declararnos humildemente falibles, inmensamente incompletes. La derecha de YouTube no se toma tanto trabajo. Desearía pensar que se aprovechan de esa incomodidad pero no sería más que un romanticismo de mi parte, el recuerdo de unas élites menos burras que esta calamidad mediocre a la que le estamos disputando el partido. No creo que esta gente tenga siquiera la inteligencia (que quizá no sea más que la valentía de animarse a aprender) de usar ese displacer a su favor: son personas de vuelo muy rasante y convicciones demasiado rígidas, por eso sus intentonas de revolución son profundamente conservadoras y sus poses de rebeldes, tan anticuadas. Creo que le huyen a la complejidad porque le tienen miedo y que lo que distribuyen como “conocimiento” son esas escaramuzas en las que se esconden para olvidar que nada es tan unívoco, binario, unidireccional, maniqueo, simplón y berreta como pretenden. Las chicas se desnudan por la causa y nos dicen gordas sucias mientras los varones escupen números al aire y nos apuran a ver si nos bancamos los datos: compadradas, puro aspaviento para disimular que no se atrevieron a ponerse en duda. No hace falta salir del coma dos para seguir a este grupejo. El camino que les proponemos nosotres a les pibes es más engorroso, menos gritón, más exigente, no podemos darnos el lujo de bidonear ni de chantajearles emocionalmente. Representamos la incomodidad y es muy humano querer huir de ella. Seguiremos, por supuesto, intentándolo, aún con el hombro dislocado.

Tal vez no haya que pedirle a la escuela que juegue sola. Pienso, quizá, que hay más lugares donde plantear esta disputa, escenarios donde más que aprender podamos consumir otro tipo de discursos. Pero claro, esa es otra discusión.

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