En caso de crisis, rompa el vidrio y exija un contenido

La historia de la relación sociedad-escuela en los últimos tiempos es la historia de las demandas mutantes, contradictorias, de cualquier tipo y color desde la primera hacia la segunda. Con pandemia o sin pandemia.

Uno de los tantos reclamos que se le hacen a la escuela suele estar asociado a los contenidos que esta ofrece. Cada vez es más común leer y escuchar que emerjan a la palestra el deseo, pedido y hasta exigencia de campos del conocimiento que deberían enseñarse a los estudiantes a lo largo del recorrido por los niveles que componen la educación obligatoria: qué se enseñe educación ambiental, que aprendan programación, que se dicte alimentación saludable, que los chicos tengan acceso a educación emocional, que se desarrolle el pensamiento computacional, que se imparta robótica y un largo etcétera. “La escuela debe preparar a los alumnos para trabajos que aún no se han inventado”, decía un pedagogo inglés en 1966 y repetía como frase novedosa un ministro de educación argentino, sobrado en carencias, en 2016. Desde el último ciudadano de a pie hasta el ministro de educación. Todos tenemos algo para demandarle a la enseñanza escolar.

Imagen: Estelí Meza (Fuente: https://www.nexos.com.mx/?p=39518)

Cabe preguntarse si mirando hacia atrás en el tiempo encontraremos siempre este mal humor social respecto al currículum escolar ¿De dónde vendría eso de que ante cualquier circunstancia andemos todos pidiendo que la escuela enseñe contenidos nuevos, actualice o directamente elimine contenidos que han estructurado históricamente el desarrollo de nuestro sistema educativo?

No es novedad que el nuevo milenio ha hecho crujir la estantería de los sistemas escolares. Esta contemporaneidad digital, en la que el flujo informativo se multiplica casi infinitamente y todo parece estar a un clic de distancia, ha determinado que la escuela deje de ser la legítima caja de resonancia del saber; o, por lo menos, deje de ser la única. Pero más allá de este fenómeno, más o menos palpable por todos, circula otro malestar en torno al currículum escolar que empezó a surgir con fuerza mundial hace más de 40 años, cuando la crisis del petróleo de 1973 jaqueó el desarrollo industrial de occidente, principalmente Europa y EEUU.

Es legítimo que llegados hasta aquí el lector pregunte ¿Qué tendrá que ver la crisis del 73 con la escuela? A diferencia de crisis coyunturales anteriores, la del petróleo del 73 hizo replantear a las élites mundiales la dirección de su desarrollo a largo plazo y determinar el agotamiento del Estado de Bienestar nacido luego de la Segunda Guerra Mundial. La adaptación a los nuevos tiempos no solo creó el caldo de cultivo para el surgimiento económico y político del neoliberalismo; también erosionó la confianza de distintos grupos sociales en los saberes transmitidos por la escuela.

Por un lado, los enfoques tecnicistas, alimentados por las teorías económicas del capital humano, advertían que los saberes enseñados no se correspondían mucho con los que demandaba el mercado de trabajo. Por el otro lado, el desarrollo de los enfoques curriculares críticos iba alertando que la escuela no enseñaba los saberes socialmente necesarios, sino los necesarios para ciertos grupos sociales.

Mientras el otrora sagrado saber escolar iba descendiendo al barro de la lucha de clases, la expansión neoliberal en los 80 se acompañaba en educación por una creciente mercantilización en el occidente del mundo bipolar. La privatización educativa golpeaba las puertas, incluso, en sistemas públicos prestigiosos como el argentino. Así, de la mano de una segmentación cada vez mayor del sistema, muchas familias comenzaban a proceder como una cartera de clientes, buscando la escuela que mejor se adapte a sus necesidades e intereses.

A riesgos de criticables esquematismos podemos sostener que gran parte de la crisis que atraviesa el sistema educativo, sobre todo el de la educación pública, por ejemplo en Argentina, tiene raíces en estos fenómenos lejanos en el espacio y en el tiempo.

En un mundo que ha ido sepultando sus utopías modernas y en el que arrecian las desigualdades, la escuela, como último baluarte de la modernidad, se ha ido transformando en el punching ball del descontento social. Se le exige todo, no se le reconoce casi nada. Todos tenemos en la punta de la lengua el latiguillo presto a salir en cualquier tipo de charla u ocasión “La escuela debería”, “La escuela tiene que” “Qué la escuela enseñe tal cosa” “Esto debería ser una materia de la escuela”, etc., etc., etc. Al mismo tiempo, acentuar con tanto ahínco la importancia de la selección de los contenidos es una manera refinada de desdeñar la enseñanza, la didáctica y a sus legítimos portadores: los docentes. Como si para educarse fuera necesaria la mera presencia de una disciplina en el aula.

Así se han ido dando las cosas y así venimos: las escuelas se diversifican cada vez más; las empresas pretenden adaptar cada vez más los sistemas educativos a sus intereses; la información vuela y llega a todos lados, los medios de información gritan histéricos, los sectores acomodados diagraman sus propios circuitos educativos y franjas importantes de las familias de clase media se comportan como clientes disconformes con la educación escolar de sus hijos.

En fin, algo de todo esto debe tener que ver con que andemos todos pidiéndole peras al olmo de la escuela; para que nunca alcance y siempre exista un pero…o un contenido nuevo digno de enseñarse.


4 respuestas a “En caso de crisis, rompa el vidrio y exija un contenido

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