Un principio freireano sostiene que la cabeza piensa donde los pies pisan. Desde esa base hemos ido construyendo a lo largo de los años el concepto de comunidad educativa.
La comunidad educativa la conformamos los distintos actores sociales que transitamos la escuela y su territorio: docentes, directivos/as, familias, personal no docente, estudiantes. También la componen otras instituciones que son parte del proceso de aprendizaje y de socialización dentro del territorio: organizaciones sociales, comedores barriales, bibliotecas populares, clubes, etc. La escuela no educa sola ni en soledad y es imposible construirla y pensarla sin esa compleja articulación: la comunidad educativa, entonces, es la suma de todas las partes, es un todo.
Como comunidad nos atraviesan realidades que traspasan las puertas de la escuela; esta realidad entra al aula sin pedir permiso. Si queremos vincular el aprendizaje con la práctica cotidiana les docentes debemos comprometernos con el territorio en el que desempeñamos nuestra tarea y conocer lo que sucede con nuestres estudiantes y sus familias. Ese compromiso, entre otras cosas, es profundamente político.
La inequidad social que hace algunas semanas Soledad Acuña mencionó al pasar es también el resultado de decisiones políticas. La lucha de la comunidad educativa por el derecho a una educación de calidad para todos y todas es una lucha política. Las declaraciones de la Ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, valga la redundancia, también persiguen un objetivo político: destruir los lazos de la comunidad educativa para establecer nuevas alianzas. Divide y reinarás, dicen.
Hace rato que Acuña no nos habla a les docentes. En noviembre de 2017 nos enteramos -por los diarios, claro- que quería ganarse nuestra simpatía con el objetivo noble de crear una Universidad. Al ratito nomás supimos que la creación de la UniCABA implicaba también el cierre de los 29 Institutos de Formación Docente de la Ciudad. Sinceramente no sé de qué consenso hablará Acuña: el proyecto de creación del que tanto se enorgullece finalmente se aprobó con los votos del oficialismo adentro y con el rechazo de la comunidad educativa afuera. La Ministra insiste con descalificar a la oposición desde su militancia; quizá olvide que rectores/as, docentes, especialistas y estudiantes de distinto signo partidario se opusieron no sólo al proyecto sino a los modos en que se planteó la discusión: sin diálogo ni debate con los distintos actores del sistema educativo, una marca distintiva de su gestión.
En el último año la ministra decidió apuntar contra les docentes con una crudeza filosa. Sin pelos en la lengua finalmente puso en tela de juicio nuestra formación, nuestro trabajo, nuestro capital cultural, nuestra edad, nuestras ideas, nuestra identificación política, nuestro desempeño en el aula, nuestra forma de enseñar. Les docentes, señoras y señores, el gran mal del sistema educativo argentino. Feliz día el 11 de septiembre, un besito y hasta luego.
Recientemente la funcionaria volvió a cargar contra aquelles docentes que entendemos el aula como espacio de militancia. Esta asociación se da en medio de un clima en el que el sentido real de determinados conceptos se desdibujó por completo. Política, adoctrinamiento y militancia pasaron a ser parte del mismo combo molotov que les docentes, así sin más, arrojamos al aula. Para Acuña, además, la militancia sólo puede ser adoctrinante: jamás un docente que asuma la educación como práctica militante podrá emprender una tarea reflexiva, crítica y liberadora. Vomitado y sin mayor profundización: nuestra participación política, gremial y nuestra forma de entender la educación como práctica de transformación nos convierte, a priori, en malos/as docentes.
Pero, como ya dijimos, hace rato que Acuña abandonó el diálogo con nosotres. Ahora le habla claro a una porción de familias, futures votantes: que estamos politizados, dice; que el Ministerio y las familias tienen que trabajar de forma conjunta para denunciar la sobreideologización en las aulas. De golpe nosotres, diseño curricular en mano por las dudas, salimos a defender nuestra tarea y algunos derechos que a esta altura nos parecen básicos. Su discurso es alfombra roja de campaña electoral. En el medio va destrozando -o queriendo destrozar- lazos profundamente valiosos y necesarios en nuestros territorios. Basta con pensar en cómo hubiésemos hecho escuela en este contexto sin nuestra sólida tradición de comunidad educativa: les docentes y las familias pusimos todos nuestros recursos a disposición para garantizar derechos que el GCBA ignoró, desde el aporte material para sostener el vínculo pedagógico hasta la colecta para garantizar una canasta de alimentos digna. Soledad Acuña se olvida de mencionar que ninguna materia nos prepara para esto. Eso lo aprendemos transitando este camino a fuerza de porrazos, trayendo a casa muchas veces el laburo, la tristeza y los dolores de cabeza.
Pero el aula nos salva también, nos repetimos eso como bandera. El aula, eso que Acuña reduce solo a un mecanismo de control y transferencia de ideas, es nuestra zona de confort y nuestro lugar seguro. El aula es el espacio desde el que le señalamos a la ministra que no le corresponde hablar en plural porque ella no es docente y no conoce los desafíos de la enseñanza o de la construcción del pensamiento crítico.
Cabe preguntarse de qué forma, principalmente en este contexto, se fortalece el sistema educativo mientras se apuesta a erosionar la relación entre familias y docentes. Es prácticamente una cuestión de sentido común: ¿Qué puede construirse desde ese lugar?
La ministra, desde su rol institucional, pretende destrozar la comunidad educativa y revertir las alianzas. Es un juego que se alimentó fuertemente durante todo el año desde los grandes medios de comunicación, por ejemplo, haciendo anuncios por televisión sin informar primero a las instituciones. De la misma forma, Acuña instaló durante todo el ciclo lectivo que el Ministerio ponía toda su fuerza de voluntad para el retorno a la presencialidad: el problema, como siempre, éramos les docentes que no queríamos trabajar. Mientras tanto, desde espacios no hegemónicos de comunicación, les trabajadores de la educación insistimos en explicar que no basta con arrojar una catarata de protocolos al vacío si detrás de eso no hay políticas educativas que acompañen, planificación y objetivos pedagógicos claros. No hubo diálogo ni comunidad educativa que aguante: sonrían para la foto y hagan lo que puedan con lo que tengan. El sentido común lo dejamos para otro momento.
Como fiel caballito de batalla Acuña insistió también con poner sobre la mesa los resultados de las evaluaciones estandarizadas. Argumentó que hay que dejar de hablar del aprendizaje y hablar de la enseñanza: “enseñamos mal”. Nos preguntamos entonces en qué momento ese había dejado de ser el argumento principal. Es sabido que, ante cada resultado, el discurso contra el trabajo de les docentes siempre está al alcance de la mano. Pero nosotres, quienes además reivindicamos la docencia y la educación como espacio de acción y militancia, jamás decimos que “les pibes no quieren o no pueden aprender”. Nosotres decimos que “es más complejo” y, aunque ellos subestimen nuestros argumentos, respondemos que lo que faltan son políticas educativas.
Hablamos de políticas educativas cuando insistimos en discutir la infraestructura de nuestras escuelas, el presupuesto asignado, las becas, la currícula, la redistribución de tareas, los planes de estudio, la inequidad… La lista es interminable. Es fácil, siempre ha sido fácil, delegar la responsabilidad de las fallas del sistema educativo en el trabajo de les docentes.
Desgastar, erosionar y dividir: en medio de una pandemia que puso en evidencia la heterogeneidad en el acceso al derecho a la educación y la crisis en las condiciones estructurales de muchas de nuestras escuelas, esa terminó siendo la gran apuesta del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires. ¿Por qué? Bueno… cada reclamo por una educación de calidad se realiza de forma mancomunada. A lo largo de la historia nuestro país ha dado clases, justamente, de las luchas por el derecho a la educación. Esa reivindicación, profundamente política, siempre nos encontró y tiene que seguir encontrándonos como comunidad educativa.
Frente al cansancio, el vaciamiento, el desgaste, el maltrato y la subestimación constante siguen estando les pibes, las familias, la escuela y el aula que la ministra no conoce; ahí estuvo siempre y continúa estando nuestro horizonte.