Publicado en FM La Patriada el 11 de febrero de 2021
Durante la segunda mitad de 2020, caído el consenso político inicial en torno a la necesidad de cuarentena, la discusión sobre ella fue escalando el tono, y poniendo al sistema educativo en el centro del ¿debate? Los signos de pregunta son una marca gráfica para expresar una pregunta adicional: ¿Es un debate educativo el que estamos transitando, en torno a la presencialidad escolar? ¿O se yuxtaponen las preguntas legítimas de alumnos, familias y docentes sobre la implementación efectiva de los protocolos, con un tironeo electoralista que arrancó, justamente, a mediados del año pasado? Cuando la espuma del griterío mediático sobre temas educativos baja, nos quedamos charlando siempre los mismos: indicios para pensar que, desde hace varios meses, en el mismo lodo se mezclan los interlocutores preocupados de siempre con las aves de rapiña que miran, apetentes, bancas en el Congreso, las legislaturas provinciales y los concejos deliberantes.
2020 fue un año atípico en todos los órdenes de la vida. Lo transitamos como pudimos, alterándonos permanentemente en nuestros estados de ánimo y, por extensión, alterando nuestras rutinas. El mundo se tornó fuera de quicio y nosotros con él. Los sistemas educativos, la escuela, los procesos pedagógicos y didácticos no fueron ajenos al descontrol.
En las últimas semanas la discusión se volvió descarnada ante la inminencia del inicio de un nuevo ciclo lectivo sin certezas de ningún tipo. Vale la pena subrayar esto: no hay forma de que en la pandemia existan certezas de no contagios, de seguridad epidemiológica, de eficiencia pedagógica y didáctica. Sin embargo, en el armado de “los protocolos” se suelen depositar expectativas para encontrar esas certezas.
Expectativas, para quien escribe, infundadas, no por la experiencia de la pandemia sino por conocer el funcionamiento de la escuela desde hace décadas.
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