¿Puede la escuela adoctrinar?

Pocos mitos tan absurdos y tan expandidos como el del adoctrinamiento en la escuela. Recientemente una nota en el diario La Nación denunció que la gestión kirchnerista realizaba talleres en las escuelas donde, se señala con escándalo “se hablaba de política”. La nota describe el hallazgo de material partidario que era utilizado por La Cámpora para dictar sus talleres con financiamiento estatal. Si bien todo intento de confundir al Estado con el partido de gobierno es condenable –y de esto el PRO puede dar cátedra, coloreando de amarillo toda la ciudad de Buenos Aires–, la nota titula un “plan K para adoctrinar jóvenes en las escuelas” y hace una serie de referencias sobre las que vale la pena detenerse: estamos ante una catarata de sentidos comunes paranoicos sobre la escuela y sus actores. Gatillado, la enorme mayoría de los casos, por gente que no tiene ni la más remota idea de cómo funciona una escuela.

1 – Todo es político

Todos, pero absolutamente todos los docentes entramos al aula con nuestro bagaje cultural e ideológico: no podemos dejarlo en la puerta del aula y entrar sin cerebro a darle clases de lo que fuere a los alumnos. Más aún, en coyunturas de fuerte debate político los chicos preguntan a sus docentes de referencia sus inclinaciones políticas, y exigen fundamentaciones: pocas cosas hay más caóticas y difíciles de asir para los chicos que las entreveradas lógicas de la política. Lo que los chicos demandan es, precisamente, algún tipo de faro que les permita entender no a quién deben votar o ponderar como líderes políticos, sino los polisémicos movimientos de esos líderes, sus declaraciones, sus segundas, terceras y cuartas intenciones, y el manejo que desde los medios se hace de esas actuaciones. ¿Qué debe hacer uno, como docente? ¿Negar la discusión? ¿No somos docentes, también, para formarlos como ciudadanos? ¿Cómo hacemos para formarlos como ciudadanos esquivando el debate político? En todo caso, lo que todo docente debe evitar hacer es faltar el respeto e intentar imponer su opinión, pues lo importante no es tanto la preferencia política del adulto, sino que los chicos vayan comprendiendo qué intereses están en juego y qué diferencia a un proyecto político de otro, para en todo caso ponderar ellos a quién deben votar.

2 – El uso político de la historia

Bartolomé Mitre, fundador del diario que denuncia adoctrinamiento, escribió su obra historiográfica para imponer un relato. Ese relato lo tenía a él mismo –y a su generación– como corolario de una gesta gloriosa e inmaculada que comenzó el 25 de mayo de 1810. Mitre fue el primero en Argentina en manipular el pasado para justificar su propio proyecto político, y para eso creó además –oh, paradojas– un diario cuyo lema es “La Nación será una tribuna de doctrina”.

Todos los presidentes, sin excepción, han hecho un uso político de la historia: esto es, la han manipulado obscenamente, alejándose cada vez más de la investigación profesional que, por escándalo, está a años luz de los sentidos comunes rastreros sobre la “Patria”, la “Nación”, y los “Héroes” que circulan mayoritariamente. El relato al que han echado manos todas las clases políticas son diversas reversiones del mitrista –que, indudablemente, fue el relato político-histórico más poderoso–. El kirchnerismo tomó algunos elementos del revisionismo de la década de 1960 que enaltecía la figura de actores como Moreno, Rosas y Dorrego. Y, en un giro –hay que reconocerlo– inesperado, para festejar el bicentenario Mauricio Macri se paró como un observador desde afuera, como analizamos acá.

El punto es: todo proyecto político busca imponer –siempre, pero siempre de manera fallida– un relato sobre el pasado, para poder justificarse. Esa operación, a medida que el pasado evocado es más próximo, se delata más evidente y obscena: de ahí que suenen tan burdos los “Presidenta coraje” de los afiches encontrados. Pero al mismo tiempo que la operación es más burda sobre la historia más reciente, también es más inocua: las pruebas empíricas sobre su veracidad están al alcance de la mano y, más aún, en el tironeo político cotidiano. Es por eso, de nuevo, que los alumnos demanden que los docentes desbrocemos esa selva de sentidos que es el barro de la política. Y nuestro papel es aportar herramientas de análisis, no cerrar las discusiones, tratar de generar hábitos de pregunta, de cuestionamiento y de demandas: ¿qué es, acaso, el tantas veces proclamado “pensamiento crítico” que aparece en todo documento educativo?

3 – Vivir en el pasado

Sostener que un taller, que los docentes o un par de afiches pueden generar un adoctrinamiento político se topa con un problema: ¿por qué no ganó el kirchnerismo, entonces? La respuesta “porque el adoctrinamiento no se logró” anularía la denuncia: si no se logró, entonces no fue adoctrinamiento.

En el siglo XXI los alumnos están completamente expuestos a mensajes que sí, forman sus personalidades y configuran sus relaciones con el mundo: acerca de la belleza física, acerca del valor del dinero y de lo innecesario de ser solidario y tener empatía hacia las personas que están en una situación social peor, acerca de la fama fugaz como fin último, acerca del valor deificado de lo material y lo innecesario de lo simbólico, acerca de la publicidad de la propia intimidad, acerca de lo femenino, que se asocia al mismo tiempo con ser una inútil, una puta y una madre amorosa. Acerca de que el abuso de los empleadores es algo naturalizado, como también la desigualdad y la injusticia, acerca del disvalor de las instituciones públicas. Todo eso lo aprenden diariamente a través de los medios masivos, a través de sus familias, a través de estímulos que reciben como un verdadero bombardeo ideológico. De esa manera, lo que un docente o un taller pueda modificar esas estructuras es realmente nulo: son apenas dos horas por semana, en el mejor de los casos, donde los chicos están esperando ser interpelados y parten de una desconfianza hacia un adulto que a priori les va a hablar de algo que los va a aburrir. No: es absolutamente imposible adoctrinar ideológicamente a los chicos en la escuela. No sólo por estas razones –la influencia del medio– sino además porque la escuela no es una institución monolítica con estrategias coordinadas: la secundaria, especialmente, es un espacio donde cada docente aborda la materia a su manera y, en la mayoría de los casos, desobedeciendo las prescripciones estatales y abrazado a sus prácticas más confortables. El adoctrinamiento requeriría de un discurso monolítico sostenido de forma sistemática e implacable durante décadas, con un control de los medios sin fisuras (cabe recordar que, a pesar de sus intentos por conformar un “multimedios K”, los medios opositores fueron mucho más efectivos en la organización de sus mensajes). Una situación impracticable en tiempos de Facebook, Twitter, Periscope, Snapchat y otros cientos de plataformas que permiten divulgar la propia opinión por fuera de los esquemas tradicionales y fuera del alcance de las maquinarias de control ideológico. Sólo en –la también mítica– Corea del Norte esto podría llegar a ser posible: un país entero completamente aislado del tiempo.

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Créditos de la imagen: http://www.readthespirit/faith-goes-pop/kim-jong-un-god-interview-juche-religion/

Por caso, cabe mencionar el Diseño Curricular NES de Historia para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que está plagado de la historia de la Iglesia católica a la que se coloca como protagonista excluyente del diseño, diluyendo las posturas historiográficas más consagradas y renovadoras en términos de su profesionalidad. Con el mismo cristal, podría decirse que ese Diseño Curricular –confeccionado, por cierto, por especialistas de la Universidad Católica Argentina y el Consejo Superior de Educación Católica– forma parte de un “plan católico” de adoctrinamiento: es más, que esté plasmado en un Diseño Curricular le da mucha mayor duración en el tiempo que láminas que no mira nadie, o talleres aislados. Y no: el Diseño Curricular de Historia NES de la CABA, en el mejor de los casos, es un documento hecho con intencionalidad político-religiosa y que no atiende a las novedades historiográficas. Es imposible, por las mismas razones que ya se esgrimieron, que sea un plan para adoctrinar.

4 – Qué hacer

Los docentes tenemos que dar nuestra materia, formar ciudadanos, atender a las particularidades de un alumnado heterogéneo, contemplar desastres sociales que afectan escolaridades. Dentro de ese variopinto, es necesario pensar a la escuela como uno de los pocos lugares –sino el único– donde los alumnos tienen la posibilidad de escuchar opiniones diversas y, si tienen suerte, a un docente que los oriente en la reflexión política. Si estamos de acuerdo en que se apuesta a los mensajes simplones para conseguir votos, ¿cómo perder la oportunidad, si los mismos pibes lo demandan, de aportar a su reflexión política?

Algunos docentes lo que hacen es confrontar discursos: es una opción posible. Por mi parte, trato de rescatar a autores que son académicamente reconocidos casi de forma unánime pero que el sentido común elige olvidar, para postular planteos contrahegemónicos en estos tiempos donde en los altares de lo sagrado están el consumo desenfrenado, el dinero y la trascendencia a cualquier precio.

Tal vez la escuela sea la única oportunidad de muchos pibes para vincularse con las tradiciones más disruptivas del pensamiento: demos a leer, generemos debates y preguntas, quememos a los becerros de oro que nos quiere vender esta etapa del capitalismo.

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7 respuestas a “¿Puede la escuela adoctrinar?

  1. Estimado: Hay una frase que me parece debilísima en la argumentación. «Si no se logró, entonces no fue adoctrinamiento.» Eso no es así. La definición de adoctrinamiento no significa «éxito». Seguramente tiene usted razón en que es imposible adoctrinar a los chicos (yo no soy docente). Pero creo que hay dos mensajes implícitos en esas prácticas del kirchnerismo que sí creo que dejan huellas penosas. Uno dice: «no se puede discutir de política, hay que aplaudir o callarse (callarse por miedo o por indiferencia)». El otro dice: «El Estado (o, «la escuela pública») es un coto de caza donde el que gana hace lo que se le canta, aunque sea una idiotez como tratar de adoctrinar chicos».

    Sepa disculpar, pero su nota me sonó a justificación de algo que en el mejor de los casos fue una canallada inmunda, aunque haya sido inocua.

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  2. El argumento de la nota no es decir «es inocuo», sino que todo debate político necesariamente está sesgado, que ese debate político es necesario, y que expresar las opiniones políticas no te transforma en un adoctrinador, esencialmente porque adoctrinar es imposible.

    Utilizar el Estado para imponer un relato, lo han hecho -y lo siguen haciendo- todos los proyectos políticos. ¿Está mal? Sí, está mal, pero es parte del juego, supongo. Con la escuela lo mismo, y aún así es imposible. Los mensajes implícitos a los que hace ud. referencia: el primero, lo que tratamos de hacer en la escuela es de generar un debate que está, precisamente, ausente en el resto de la sociedad; el segundo, retomo lo dicho antes: todo proyecto político se postula como eterno y así lo viven sus cuadros, y así toman sus tareas en el Estado. Lo vimos a lo largo de la historia y lo seguimos viendo.

    La idea no es justificar ningún intento -fallido, burdo o lo que fuera- de imponer un relato. Es bajarle dramatismo a formas de plantear el debate político en la escuela, que es -con todo- uno de los escenarios donde ese debate se plantea de forma más civilizada y respetuosa. Mucho más que en el resto de las esferas de lo social. Por eso mismo se hace referencia a una herramienta mucho más perenne que un taller o unas láminas: un diseño curricular absolutamente sesgado.

    En el peor de los casos es una mala estrategia, pero jamás adoctrinamiento.

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  3. Mi pregunta es: ¿es igual el «debate» que propone el docente que el «debate» que se propone desde la cabeza del Estado? Lo que me parece que esa «mala estrategia» es una canallada, además de ser una estupidez. Tiene que ver, probablemente, con la confusión entre la tarea de un cuadro político y la tarea de una burocracia estatal. (Y no le pongo un matiz peyorativo a la palabra burocracia). Y gracias por la respuesta.

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