«Tienen a los pibes de rehenes»: radiografía de una falacia

Si los sistemas educativos gestionados o tutoreados por los Estados nacionales, artefactos del siglo XIX, siguen existiendo casi doscientos años después no es por su eficacia como formateador de subjetividades. La escuela ya no es una herramienta ideológica en el sentido althusseriano de la idea: el entramado conformado por los medios de comunicación –tradicionales y nuevos–, los ámbitos de sociabilidad y la cultura de cada momento histórico son muchísimo más potentes para estructurar formas de pensar y responder ante las contradicciones de la vida que la escuela.

La función social de los sistemas educativos, que hasta el momento es insustituible, no tiene que ver con idearios, sino con materialidades bien concretas: la escuela supone toda una arquitectura burocrática que permite que los adultos puedan ir a ganar su salario en el mundo del trabajo, mientras otros adultos cuidan de los menores y, con algo de suerte, pueden llegar efectivamente a enseñarles algo significativo para el mundo en el que viven y en el que van a vivir. El sistema educativo es un galpón financiado por el Estado para esa enorme sección de la población económicamente inactiva que son los menores de edad, que a la sazón no tienen una ciudadanía plena debido al estadío de su desarrollo biológico.

Por eso, en este blog, hemos planteado la imposibilidad por parte de la escuela de “adoctrinar”: estamos hablando de edificios, de formas de organización del tiempo y –muchas veces– de formas de abordaje del conocimiento que son ostensiblemente caducas. Los pibes registran perfectamente el desfasaje “tecnológico” entre un formato decimonónico y el entorno en el que viven el resto de sus vidas. Tal vez no puedan articular una crítica consciente y racional a ese desfasaje, y terminan por naturalizarlo, pero está a la vista, en carne viva. Imposible adoctrinar desde la escuela, en el siglo XXI, cuando las formas de producción y distribución del conocimiento han cambiado dramáticamente sin que la escuela termine de adaptarse -entre otras cosas, porque no tenemos acceso a internet-.

El título de este post tenía como objetivo atacar la nefasta frase de “tienen a los pibes de rehenes”, que tanto rebota en tiempos de conflicto docente como el que, si todo sigue su curso actual, se avecina. Esa frase nos iguala a los secuestradores, que son personas que violan el derecho humano a la integridad física, psíquica y moral, a quienes retienen a otras personas contra su propia voluntad. Este delito aberrante está, obviamente, tipificado en el Código Penal. Bueno: a los docentes nos acusan de violar derechos humanos al igualarnos con secuestradores. La justificación de ese exabrupto espantoso que se reproduce como un cáncer es que privamos a los chicos de su derecho a la educarse, y que por lo tanto “aprenden menos”. Error, falsedad, malaintención atroz: nadie deja de aprender por faltar a la escuela, sea producto de un paro o de una gripe. Justamente porque la escuela tiene mecanismos para recuperar esos saberes, que tampoco están monopolizados por la institución escolar: la escuela debería dedicarse más a formar habilidades –de lectura y escritura, de razonamiento lógico, de comprensión crítica, de percepción del arte, del cuerpo, de solidaridad– que a pretender ser una máquina sistemática de divulgación de contenidos que, en los hechos, están a un click de distancia. Lo que los pibes más aprenden en la escuela no son tanto los contenidos de las materias, sino a saber transitar la rutina del artefacto. De nuevo: los alumnos no dejan de aprender por un paro, por más largo que sea. Otro error del exabrupto: nadie priva de su libertad ilegalmente a los alumnos: en todo caso, son rehenes de sus padres, que no saben qué hacer con ellos.

Porque ahí, efectivamente, está el problema.

Al ser un reservorio para menores, los sistemas educativos son la condición de posibilidad de la reproducción del sistema capitalista, no en términos ideológicos, como decíamos antes, sino estrictamente materiales. Un paro docente –o una jornada educativa, o feriados sólo educativos como el Día del Maestro o el Día del Estudiante, que son asuetos legales por los que nadie se queja– perturba las dinámicas familiares de personas que tienen que articular un plan B para encajar a sus hijos e hijas mientras trabajan. El problema es exclusivamente ése y no otro. Al contrario: los conflictos docentes pueden funcionar como una excelente oportunidad para trabajar los derechos y las contradicciones del sistema capitalista en clase, además de permitir, si los docentes establecen un vínculo honesto y plantean un diálogo respetuoso, que los alumnos reconozcan que sus maestras y profesores son, también, trabajadores que quieren tener un mayor bienestar y que sufren los atropellos del Estado y los propietarios de las escuelas privadas. Laburantes como sus padres, laburantes como los que los alumnos serán algún día.

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Giuseppe Pelliza da Volpedo, «Il Quarto Stato» (1901)

Efectivamente, el parate del dictado normal de clases altera las dinámicas sociales. Y, en la coyuntura actual, los motivos que los disparan son un abandono explícito de la educación por parte de las dirigencias estatales, y más específicamente la violación de la Ley de Financiamiento Educativo al no convocar a una paritaria nacional. Entonces el diálogo debería plantearse menos de “familia” a “docente” –donde muchas veces algunas familias confunden su papel en la comunidad educativa con la de un patrón– que de laburante a laburante. Si la política explícita es reducir tu poder adquisitivo, si la política explícita es precarizar aún más tus condiciones de trabajo vos, como laburante, ¿no reaccionarías tratando de resistir a esas medidas?

No somos secuestradores. No violamos los derechos humanos de nuestros alumnos. No somos delincuentes. Somos trabajadores de una carrera que las políticas educativas se encargan todos los días de perjudicar cada vez más, insultando de múltiples maneras a los docentes –somos vagos, ausentes, secuestradores, brutos, millonarios, quejosos, ñoquis, maltratadores–. No se trata de negar que los problemas, en los agentes educativos, existen; pero existen porque el Estado –nuestro verdadero patrón– no toma las medidas para amortiguar esos trastornos, y deja las escuelas libradas a la mano invisible de la desigualdad.

Los docentes no somos enemigos de la sociedad. Elegimos una carrera que las clases políticas se empeñan en cascotear y en ningunear. Ganamos menos que un supervisor de un call center que sólo tiene que llenar una planilla Excel y auditar si un telemárketer dijo “Buenos días” en el tono correcto. Queremos trabajar, y trabajar dignamente. Y queremos tener vínculos con las familias, y conformar una comunidad educativa que sepa presionar a las autoridades, pero de trabajador a trabajador. Porque el enemigo está en otro lado.


8 respuestas a “«Tienen a los pibes de rehenes»: radiografía de una falacia

  1. La escuela es, efectivamente y como dicen ustedes, «una herramienta caduca». Y lo es justamente porque su «formato», que está dado por cosas que Uds. citan (estructura, formas de organización del tiempo) y otras que no mencionan, tales como el ejercicio del poder que nace de las jerarquías, legislaciones y códigos de normalidad propios (absurdos y diferentes a los de la sociedad), mecanismos ridículos de producción de verdad (como los exámenes), etc., etc. es un «formato» superado por otros dispositivos de subjetivación más adecuados a las transformaciones sociales y productivas de los últimos 60 o 70 años.

    Lo que yo lamento (aunque sé que es utópico esperar otra cosa) es que luego de ese diagnóstico acertado den por tierra con sus propios postulados afirmando que ante un paro «la escuela tiene mecanismos para recuperar saberes», con lo que caen nuevamente en la lógica decimonónica de educación como transmisión de conocimientos (que ya vimos que no tiene sentido).

    Lo del secuestro es lisa y llanamente una boludez; espero que no se ofendan por esta afirmación pero no encuentro palabra más adecuada. Nadie supone que cometan delitos, y no puedo menos que recordar que ya Michel Foucault llamaba a las escuelas «Instituciones de secuestro» cuando los docentes ni siquiera habían adquirido aún el status de trabajadores sino que ejercían su antiguo sacerdocio.

    Que los chicos están en la escuela contra su voluntad es innegable; sin embargo, se trata de un «secuestro legal» logrado bajo amenazas «normales» y jurídicamente irreprochables (no vas a conseguir trabajo, te vas a morir de hambre, etc.); nadie los equipara con delincuentes porque no lo son, sino apenas funcionarios de un sistema público-privado perimido que jamás logrará adaptarse a la nueva realidad porque su esencia es el «formato», no los contenidos que transmite o pudiera transmitir en el futuro.

    De las «enseñanzas» que surgen de los paros mejor no hablo, porque me parece que ya es directamente mala leche. Si suponen que es suficiente con que un pibe aprenda a defender sus derechos viendo a sus valientes luchadores docentes hacer paro, quiero decir, que dedique sus primeros y más valiosos dieciocho años de vida únicamente a esto en lugar de aprovecharlos para desarrollar sus habilidades y gustos de manera de poder ser feliz en la vida, bueno… hasta aquí llegué.

    Les agradezco que me permitan debatir estas cosas.

    Saludos.

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    1. Hola Marcelo, intentaré responder a pesar de lo de la «boludez» y «mala leche».
      En primera instancia, el discurso siniestro de «los pibes de rehenes» no tiene absolutamente nada que ver con los planteos de Foucault: ojalá los sentidos comunes sobre la educación fueran desde esos marcos, sería muchísimo más rico e interesante pensar a la escuela como una institución normalizadora y con el aporte del lúcido análisis que hacés en ese sentido.
      Lo que molesta -y por eso el tono de la segunda parte- es que por reclamar nuestros derechos laborales -reclamos que no son otros que ofrecer un mejor servicio educativo, a través de una mejora en nuestras condiciones de trabajo- nos tildan de «extorsionadores». Lo peor de todo es la naturalización de ese mote: es parte del sentido común, es una respuesta automática, los docentes ya nos hemos acostumbrado no sólo a pésimas condiciones de trabajo, sino también a linchamiento mediático. Entonces, uno entiende perfectamente que se trata de una metáfora, pero es una metáfora que es una profunda falta de respeto. Lo único que se exige -se mendiga- es un poco de respeto por una profesión abandonada desde el Estado y vilipendiada desde los sentidos comunes.
      Sobre la «recuperación de saberes», se refería a los contenidos, de forma genérica, no en el sentido decimonónico, aunque -como bien decís y suscribo- sea un formato que la escuela aún no ha podido abandonar.
      Y sobre la «enseñanza» de los paros docentes, es siempre y cuando el abordaje sea respetuoso, imparcial y honesto. Todo lo que sucede y atraviesa la escuela es y debería ser objeto de su análisis: no podemos ignorar la realidad. Y lo más honesto que puedo hacer con mis alumnos cuando hago paro es explicarlo, y responder las preguntas que los alumnos tengan al respecto, atendiendo respetuosamente a sus puntos de vista. Eso enseña.
      Espero haber aportado al debate. Saludos.

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